Apliquemos estas ideas a nuestro caso. La gasolina posee una capacidad; al contacto con una fuente instantánea de calor –una chispa eléctrica- produce en ella una reacción química, que libera una gran cantidad de calor y luz, «el fuego», mediante la cual se «transforma» en vapor de agua y otros compuestos.
El calor –otra manifestación de la energía- se transforma en energía mecánica, y ésta en movimiento. Con el movimiento, no se detiene el camino de la energía, el movimiento se transformará, por el rozamiento o por la aplicación de los frenos, nuevamente en calor que se devolverá al ambiente. La energía, la capacidad de producir trabajo, se mantiene a nivel global.
De lo anterior, podemos ver que la energía y el movimiento están estrechamente ligados. La energía inicial contenida en la gasolina, se transforma en otra energía asociada al movimiento. «la energía cinética».
Ésta manifestación de la energía tiene gran importancia en el comportamiento de los vehículos. Aquí entra juego el otro gran principio aludido. La cantidad de trabajo necesario para producir movimiento, es igual a la energía cinética, -la debida al movimiento-, que alcanza el vehículo. En otros términos, el trabajo que nos hemos «tomado» para producir movimiento, nos va a «costar» pararlo.
Conducimos nuestra bicicleta. Decidimos aplicar durante unos metros un ritmo vigoroso de pedal. Toda la energía empleada en los pedales, se ha traducido en mayor velocidad. Si dejamos de pedalear, en un tramo recto, tardaremos varios metros en parar.
Si circulábamos por una pendiente, recorreremos algunos menos, la resistencia al avance es mayor. «Transformar» la energía del movimiento, detenerlo, implica emplear el mismo «esfuerzo» que costó provocarlo, luego a mayor velocidad, el «esfuerzo» necesario para detenerse es también mayor, aunque no en igual cantidad. Detener un ciclomotor a 40 km/h, requiere cuatro veces más energía, que el hacerlo a 20 km/h; a 80 km/h la proporción es dieciseis veces mayor.