Esa fue y es la gran baza jugada por Ecclestone y la lanzadera del espectáculo, de su fortuna y la de un pequeño grupo de privilegiados entre los que él tuvo la inteligencia de distribuir una parte de las enormes ganancias.
Cuando Ecclestone asumió el control absoluto de la F.O.C.A. en el año 1978, paralelamente a los diversos acuerdos legales que negoció con la FIA que presidía entonces Jean-Marie Balestre, también creo la FOPA (Formula One Promotions and Administration) para dividir las ganancias provenientes de los derechos de televisión: el 47% para los equipos, el 30% a la FIA y el 23% para la FOPA, o lo que es igual, para sí mismo; a cambio, él también se haría cargo del dinero de los premios.
A partir de entonces, Ecclestone, convertido en un poderoso rey Midas, creo una serie de empresas propias que se fueron enriqueciendo, junto con los equipos y la FIA, con los derechos televisivos,
Ante la dimensión que habían adquirido sus ingresos, en 1999, Ecclestone negocio el Pacto de la Concordia en virtud del cual y de ciertos pagos él seguía manteniendo los derechos televisivos. Este acuerdo, que finalizaba con los equipos en el 2007, sigue vigente con la FIA hasta el 2012.
La peripecia, los acuerdos y la habilidad política de Ecclestone, siempre han dado lugar a polémicas e, incluso a inculpaciones que rozaban el delito.
Mike Doodson, uno de los periodistas que mejor conocen su vida, me contó un día como cierta prensa le había señalado como posible cómplice o inductor del famoso atraco al tren de Glasgow, pero, al parecer, lo que ocurrió es que uno de los condenados, viejo amigo de juventud de Ecclestone, cuando cumplió su condena abrió un pequeño negocio de construcción de trofeos y acudió a él para que le encomendase algunos encargos.
El otro escándalo se produjo en 1997 cuando trascendió que había donado un millón de libras al Partido Laborista del Reino Unido para permitir a la Fórmula 1 seguir disfrutando de la publicidad del tabaco. Al final todo quedó en nada y el Partido Laborista le devolvió la donación.
Pero la gran pirueta, el más difícil todavía, a lo largo de los últimos años, ha sido su enorme habilidad jugando con la vanidad de políticos y de algunas naciones, dejándose cortejar como una bella mujer que sólo, después de mucho insistir, permite ser poseída por el hombre que la desea. En este caso para venderles el privilegio de contar con un Gran Premio, que en muchos casos reforzaría su imagen política, aumentaría su ego y perpetuaría su memoria. Un ejemplo, al que han seguido con otros no menos sonados, es el del Circuito de Jerez.