Además del deseo de vitoria, un superior derroche de energía y preparación física, han permitido al equipo rojiblanco supera a un Barcelona que, ni aun jugándose una liga que ya daban por pérdida, ha sido capaz de dejarse la piel como hubiera requerido la ocasión.
A medida que transcurría el encuentro, y a pesar de la pérdida por lesión de dos de sus más importantes jugadores, tanto los sustitutos como los que quedaron sobre el campo, buscaron en todo momento la posesión del balón sin dejar tiempo a los contrarios a pensar y crear con éxito una sola jugada.
Cada vez que un jugador azulgrana recibía la pelota, se encontraba al menos con tres contrarios que se la disputaban sin ceder un metro o la echaban fuera del terreno de juego, algo que no les impidió replegarse rápidamente en dos línea de a cuatro con orden, y sin renunciar a rápidos contraataques.
Otra de las claves de la derrota blaugrana, además de que en ningún momento pusieron el empeño que pedía la ocasión, fue ver al perdido Messi navegando en tierra de nadie en uno de los peores partidos que le recuerdo, ni tampoco a Neymar, cuando se incorporó al partido, hizo mucho más.
Ver como dos figuras del futbol mundial, capaces de ganar en un año más de los que gana la plantilla completa del equipo madrileño, pasar inadvertidos en un encuentro tan trascendente para su club, obliga a meditar sobre sobre el disparate al que se ha llegado en el más turbio de los deportes.
Produce sonrojo que, con el sólo mérito de patear una pelota con mayor habilidad y acierto que la mayoría de los profesionales que practican el mismo deporte, media docena de jóvenes que apenas saben expresarse, acaparen la atención insistente de los medios que los suben a los altares, con un precio por sus servicios que produce vergüenza a los millones de ciudadanos que, aunque viviesen mil vidas laborales, soñarían alcanzar.
En cualquier caso, ¡Viva el nuevo campeón! ¡Viva el At de Madrid!
Un madridista
Paco Costas