La visión del negocio de Ecclestone (por encima de los aficionados y del propio deporte) es tan grande que en 1976, cuando todo el mundo pensó que había perdido la cabeza, con la mirada puesta en el emergente mundo asiático, se llevó el circo a Japón, en donde nunca había estado de forma oficial la Fórmula 1.
El día 20 de octubre, en el circuito de Monte Fuji, se dirimió a favor del piloto británico James Hunt, nada menos que el Campeonato del Mundo, bajo un implacable aguacero. Al año siguiente, con un sol radiante, también en Fuji, Hunt ganó el último gran premio de su vida. En aquella carrera, un accidente entre el Ferrari de Villeneuve y el Tyrrell de Peterson, provocó la muerte de dos espectadores al salirse de la pista el coche del canadiense.
El suceso, y por otra parte el desinterés de los japoneses por la Fórmula 1, fue la causa de que durante los diez años siguientes no volviera a celebrase ningún otro gran premio en aquel país. En 1987, como resultado directo del éxito de los motores Honda en la Fórmula 1, la marca japonesa, cuya sede central está en la ciudad de Nagoya, construyó en Suzuka, sobre los terrenos de un viejo circuito de su propiedad, unas impresionantes instalaciones en las que, además del circuito, (uno de los mejores y más modernos del mundo) existe una especie de pequeño Disney World en donde todos los años, desde tres días antes del gran premio, se concentran acampados, millares de aficionados japoneses.
La fiebre por llevarse los grandes premios a aquella parte del mundo continuó y en 1996, en Australia, en donde desde el año 1985 tenía lugar el gran premio en un circuito improvisado en las calles de Adelaida, se construyó y fue inaugurado en 1996, un moderno circuito en el Albert Park de Melbourne.
También en Japón, en 1995, bajo el nombre de Gran Premio del Pacífico Sur, hubo un segundo gran premio en el mismo año en el circuito de Aida. La construcción de este circuito se debió al sueño faraónico de un grupo de individuos millonarios que invirtieron una enorme fortuna en su construcción. El Circuito Aida Ti, que es su verdadero nombre, está en Takimilla, una isla al sur del archipiélago japonés, cerca de la ciudad de Okayama. El propósito de tan disparatada inversión, además de atraer a la Fórmula 1 y de esta forma satisfacer el ego de sus propietarios, sirvió después para guardar y probar los supercoches de tan pintorescos personajes. La estrechez de la pista, en la que es casi imposible adelantar, una vez cumplido el capricho, hizo que se desechase para siempre la idea de celebrar allí ningún otro gran premio.
El último ejemplo de cómo Ecclestone ha sabido vender los beneficios que reporta la presencia de la Fórmula 1 en el inmenso mundo asiático en donde no existen las prohibiciones de la publicidad del tabaco y el potencial económico en el futuro es inmenso, ha sido la construcción de otro nuevo circuito; el de Sepang en Malasia, a 75 kilómetros de la capital Kuala Lumpur. Desde hacía algún tiempo, Corea del Sur, China y Malasia se disputaban el honor de recibir a la Fórmula 1. Pero ha sido Malasia la que primero ha llegado a ver realizado su sueño, con el que, según su primer ministro, es el circuito más vanguardista del mundo.
Sus instalaciones, entre las que está la tribuna principal más larga y espectacular construida hasta la fecha, y el resto del lujoso complejo, han supuesto que la inversión total de la obra sobrepase los 11.000 millones de pesetas, que han sido totalmente financiados por una compañía privada, la MAB (Malayasin Airport Berhand), propietaria de todos los aeropuertos del país.