En este comentario no hay la menor intención de hacer leña del árbol caído, sólo pretendo poner de relieve un aspecto de la megalomanía del personaje que, en el curso de una entrevista, pude comprobar personalmente.
La década de los ochenta fueron años de vino y rosas para un intratable equipo Mclaren, Senna y Prost fulminaban a sus rivales en todos los circuitos con los chasis ingleses y los motores Honda.
Fue durante los entrenamientos oficiales fuera de temporada, en el circuito Paul Ricard donde, después de muchos esfuerzos, conseguí una entrevista con Ron Dennis.
Tras esperarle durante tres largas horas, llegó en su jet privado proveniente de Londres y, por fin, pude tenerle a mi alcance para hacer las preguntas obligadas de aquel momento.
Senna o Prost, políticas de equipo, a que se debía una superioridad tan aplastante… Dennis que se escuchaba mientras respondía en un perfecto inglés, de pronto me interrumpió para decirme con cierto tono de reproche:
“Vosotros los periodistas sólo habláis de los pilotos y de sus méritos, pero nunca os interesan los éxitos de los que gestionamos los equipos”
Desde luego tenía razón. Ron Dennis, desde un humilde origen como mecánico, ha dejado en la Fórmula 1 su impronta. Orden, limpieza impoluta en su Box, uniformidad obligatoria de todos los miembros de su equipo y en la instalación de Woking donde, además, ha creado un imperio que ahora se escapa de sus manos.
Si tuviese que destacar a tres personajes que cambiaron la Fórmula 1 convirtiéndola en uno de los más grandes espectáculos del mundo, creo que Dennis estaría, junto con Enzo Ferrari y Bernie Eccleston entre los más importantes.
Personalmente, mi única tacha a tan espectacular carrera, es que ha sido el principal causante y ha tenido bastante que ver con que, por segunda vez, se haya truncado la carrera de un piloto como Alonso que a estas alturas debería tener en su palmarés el cuarto campeonato mundial.