La palabra cultura significa tantas cosas que, resumirlas, es un empeño que no está a mi alcance.
Son tantas las obras que ha producido el género humano desde su aparición sobre la tierra, que tratar de abarcarlas es tarea totalmente imposible en una existencia finita. Pero dentro de ese universo de conocimiento, sí tenemos la oportunidad de formarnos una idea del mundo que nos rodea a través de las experiencias cotidianas y, sobre todo, de la lectura.
Arturo Pérez Reverte, dice que la lectura es como un analgésico que a él le produce paz y sosiego en cualquier momento de su vida. Pero la lectura de la Historia, nos da mucho más y él es un claro ejemplo.
Cuando era niño, y en mi adolescencia, leí lo que muchos de mi generación leyeron: Salgari, Julio Verne, Zane Grey, James Olivier Curwood…y hasta alguna novela de Pérez y Pérez sobre amoríos y aventuras de capa y espada.
Desde entonces, la lucha por sobrevivir durante la -Guerra Civil, posguerra, y la dictadura, hasta la Transición, los pocos libros que tuve a mi alcance me dieron una imagen distorsionada de nuestra propia historia en los que la Iglesia y el adoctrinamiento no dejaban lugar a mayores descubrimientos.
Conocer nuestro pasado a través de puntos de vista diferentes, nos sirve de ayuda para comprender el presente.
En mi caso, al igual que a otras muchas personas, sólo he podido hacerlo con libertad de elección después de la Transición, y la única conclusión a la que he llegado es que nuestros errores históricos se siguen repitiendo.
Los mismos odios cainitas, las mismas luchas en las que el poder, la riqueza; las estafas y los robos millonarios, se han convertido en noticia diaria y acabarán por hacernos caer una vez más en la pobreza y la desigualdad.
Nuestros políticos deben leer muy poco, y cuando lo hacen, si lo que encuentran en los libros son ejemplos de honestidad y conductas ejemplares los incluyen, como antaño hacía la Iglesia, en la lista de libros prohibidos.
Paco Costas