El gran piloto austríaco Niki Lauda, cuenta en uno de sus libros, cómo la punta de un hilo de cerda de la almohadilla que le protegía las piernas, en el curso de una carrera, le fue haciendo una herida como causa del roce y no tuvo ni un solo momento que le permitiera llevar su mano al sitio que le molestaba. El ejemplo, dada la velocidad a que se circula en la Fórmula 1, es bastante elocuente, ya que una sola distracción al cambiar, frenar o trazar una curva acaba en accidente, y los pocos tramos rectos de un circuito pasan tan veloces que el piloto apenas tiene tiempo de echar una fugaz mirada a los instrumentos.
Otro caso, también poco frecuente, tuve ocasión de presenciarlo en el circuito italiano de Monza con motivo del Gran Premio de Italia. Jean Alesi y Gerhard Berger, militaban por entonces en la escudería Ferrari. El sábado, víspera de la carrera, Alesi daba su última vuelta al circuito a baja velocidad en dirección a los boxes, saludando con la mano a los miles de “tifosi” que tiene en Italia todo lo que significa Ferrari. Berger, que intentaba en ese momento su vuelta de clasificación, se encuentra a su compañero de equipo “haciendo relaciones públicas” en la famosa “Variante Ascari” y la diferencia de velocidad entre ambos, provocó un accidente del que, el austríaco, salió ileso por puro milagro.
Parece mentira, pero las distracciones de un conductor, por muy especialista que sea, son la causa de muchos accidentes, que la mayoría de las veces no parecen tener explicación lógica. Salida de la vía o velocidad excesiva en una curva, suelen ser, a modo de epitafio, el resumen de los atestados de la Guardia Civil de Tráfico, a falta de mejor información.
Una de las causas de estas distracciones que todos sufrimos alguna vez, con mayor o menor fortuna, se produce por circular, con frecuencia, por un trayecto habitual que nos es conocido. Cada curva, cada bache o desnivel de la carretera nos son familiares y por ello, creemos estar a salvo de sorpresas. Esta peligrosa confianza se agrava, si en el trayecto conocido vamos acompañados por alguien con quien mantenemos una conversación animada.
Otras veces, una preocupación, un disgusto, el repaso de lo sucedido durante la jornada de trabajo, cuando regresamos a casa estresados y por el mismo camino que hacemos rutinariamente cada día de la semana, hace que bajemos peligrosamente la concentración conduciendo de forma relajada.
No me cansaré nunca de insistir sobre la importancia que tienen en la seguridad del tráfico la concentración y la anticipación. Es frecuente, y la escuchamos en muchas retransmisiones deportivas, la frase del locutor: “Fulanito no está metido en el partido”, o por el contrario: “ahora empieza a jugar bien, está metido en el juego”. Hay dos escenas en el deporte que siempre me han llamado la atención como modelo de atención del deportista: cuando el portero de fútbol espera el disparo de un penalty y cuando un tenista se prepara para devolver el saque del contrario. La figura de ambos en tensión total y su cuerpo moviéndose de un lado a otro sobre la punta de los pies, son para mí un ejemplo de concentración máxima.
En cierto modo, sin necesidad de llegar a esos extremos, un conductor no puede permitirse dejar de permanecer atento si quiere sobrevivir en el tráfico.
A 130 Km/h, un automóvil recorre 33 metros en un segundo.