Cuando yo nací, en 1931, circulaban en España 165.000 automóviles. Las últimas cifras oficiales superan más de veinte millones de vehículos. Han transcurrido 74 años y casi puedo asegurar que mi relación con el automóvil es la misma desde entonces, ya que mi madre me paseaba en su vientre mientras ayudaba a mi padre en los trabajos de un pequeño taller de mecánica allá en la por entonces lejana y pobre Galicia.
La reparación de motores de barco en aquel Bueu marinero y de los pocos automóviles que circulaban por las carreteras de tierra y macadán vecinas a la ría de Pontevedra, debieron ser los causantes de que, de alguna forma, recibiera por vía genética paternal y prenatal mi afición por los automóviles.
Naturalmente, no guardo memoria alguna de aquellos días que me autorice a presentarme ante el lector como un feto prodigio, ya que la primera imagen de un vehículo de cuatro ruedas circulando que conservo, se produjo cinco años más tarde, en julio de 1936, en aquel aciago día en el que comenzó nuestra Guerra Civil.
Recuerdo con perfecta nitidez mi calle, General Pardiñas, en Madrid, donde se había trasladado mi familia a la muerte de mi padre, y el desfile de coches repletos de jóvenes armados con fusiles y gritando consignas y amenazas que, supongo, iban dirigidas contra los “salvadores de la patria” que, durante tres interminables años sumieron a España en una terrible guerra entre hermanos.
Otro detalle de aquel mismo día que quedó grabado en mi memoria, lo protagonizó mi hermano Castor, un año más joven que yo, que con un pequeño fusil de madera al hombro y un gracioso gorro rojo sobre su cabeza, se paseaba arriba y abajo, por delante de nuestro portal, marcando el paso y gritando, “¡U.H.P., el botas ya se fue¡” Aún no sé quien le pudo enseñar aquella cantinela y estoy seguro que la repetía sin que ni él ni yo conociéramos entonces su significado.
Menciono estos hechos familiares y personales, pero en ningún momento es mi intención que este libro se convierta en mi biografía que, por otra parte, no creo que interese ni siquiera a mis propios hijos, y mucho menos, a los lectores. Pero si considero necesario incluir en él anécdotas y hechos que reflejan, paralelamente a la evolución del automóvil, aspectos sociales y humanos válidos en cualquier época e imposibles de comprender para los que no los vivieron.
Los años de la contienda civil y los que la siguieron -probablemente los más difíciles y en los que el ingenio de los españoles alcanzó niveles de auténtico arte-, produjeron una situación en la que, la mayoría de los chicos de mi edad, tuvimos que buscarnos el pan aprendiendo un oficio.
A pesar de todo, en lo que a mi persona se refiere, confieso que fueron años duros pero bonitos e ilusionados que me colocaron en el camino que me permitiría ejercer desde entonces hasta el día de hoy la mayor de las felicidades que, en mi opinión, consiste en realizar el trabajo que más te gusta de la forma más libre que sea posible.