Van ha tener razón los que defienden las posturas de la FIA para limitar los gastos y dar paso a nuevos equipos en el mundial de la Fórmula 1. Lo que hemos visto en el GP de Turquía, excepto para el aficionado británico, empieza ofrecer un espectáculo carente del menor interés, y, si a su mortal aburrimiento, le añadimos la frustración de los aficionados españoles ante la clara impotencia de Fernando Alonso por falta de medios, de nada nos van ha servir los esfuerzos de Lobato y compañía ni sus dos horas de pedagogía sobre los misterios de este deporte.
Resulta especialmente significativo que, los únicos chispazos de emoción que se vieron en el trazado turco fueron, precisamente, los protagonizados por el piloto español, algo que todavía produce más desánimo, sobre todo, por que sabemos de lo que es capaz con un buen coche en las manos.
Y, por si faltara poco, ha desaparecido también el halo de leyenda que hasta ahora le añadía a los GP la presencia de Ferrari y de Mclaren; ver a Hamilton y a Alonso comportarse como dos auténticos maestros, disputándose cada metro de pista a sabiendas de que ninguno de los dos lograría algo más que un puesto mediocre, al menos, a mi, me dejó claro que, el que lleva a un piloto en la sangre y con el talento que tienen ambos, siempre serán la parte esencial de la droga que nos hace amar las carreras.
La superioridad insultante de Jenson Button y del equipo Brown, está poniendo en ridículo a las vacas sagradas que siempre han sido los reyes sin apenas rivales. ¿Para qué han servido los grandes presupuestos, los túneles de viento y los miles de kilómetros que recorren en la pretemporada los pilotos probadores si, cuando comienza el espectáculo, un equipo, sin hacer tanto ruido, les humilla de forma aplastante y, como diría Luis Aragonés, les roba a todos la cartera.
Escuchando y viendo las noticias que aparecen casi a diario en los informativos y en la prensa internacional, la Fórmula 1 empieza a parecerse a un patio de vecindad en donde, lo que prima, por encima de todo, ya no es sólo el dinero, lo importante ahora es demostrar quién tiene más poder y lo impone. Cada vez me viene más a la memoria la soberbia de aquél sátrapa de nombre Mousieur Balestre, que llegó a creerse que el Universo era suyo.
En todo caso, chapeau para ese joven veterano inglés que, con una herramienta hasta ahora imbatible, lleva ganadas seis de siete y va a ser campeón del mundo si no pasa nada raro. Chapeau para el joven Vettel con el que Alonso y Hamilton, si recuperan la posición que se merecen, van ha tener que verse las caras en un futuro próximo.
En cualquier caso, si de esta lucha de poderes logran entrar otros equipos, sobre todo los españoles, con todo mérito, a lo mejor la Fórmula 1 vuelve a ser un espectáculo emocionante.
Paco Costas