Circula desde hace unos días por las redes la imagen dramática de un niño que se alimenta de hierba y no recuerda cuanto tiempo hace que no prueba el pan.
Su rostro suplicante refleja todo el dolor de ese mundo del que deberíamos avergonzarnos. Lo desesperante es saber que estas diferencias jamás desaparecerán, forman parte de la historia humana y de la indiferencia de los que, nacidos en Occidente, hemos tenido mayor suerte en el reparto.
Noticias como la d este pobre niño nos golpean la conciencia pero, por desagradables, las desechamos inmediatamente y procuramos mirar hacia otra parte. El drama nos queda lejos.
Entretanto, sorprende que, vergüenzas como el alarde de la federación internacional del futbol, con banquetes, menús a más de cien euros, coches de lujo, champan, y hoteles cinco estrellas, para celebrar la reelección de su presidente, no provoquen que alguien los arroje de sus poltronas a puntapiés.
Pero qué puede esperase, cuando son los propios responsables del Consejo Europeo lo que, en lugar de frenar la hambruna que padece medio mundo, los vemos todos los días en televisión tan sonrientes y felices, ante mesas abundantes y cargos generosamente retribuidos; ¿no habría también que hacer algo para arrojarlos del templo a latigazos como hizo Jesús con los mercaderes?
Paco Costas