Nos gustaría comentar otros temas menos alarmantes o, por decirlo de otra forma, menos trágicos, pero lo cierto es que las recetas mágicas en materia de seguridad vial, si no están fundamentadas en previsiones anteriores a la aparición precipitada de las normas, acaban, tal como estamos viendo, en fracaso, y las víctimas, con ligeras variaciones, nos están dando la razón.
Ahora le toca el turno a las distracciones, una causa cierta, sin duda, de muchos graves accidentes, y entre alguna de las más importantes, además de los móviles y otras, la que produce la perdida de concentración del conductor que, ante el temor de una sanción grave, conduce más pendiente de las cunetas en las que la presencia del radar, fijo o móvil, se ha convertido en una amenaza constante.
Se puede decir que todo lo que tenemos que hacer para no caer en la infracción es respetar los límites establecidos. Eso es bien cierto. Pero la arbitrariedad de ciertos límites, en los que se pasa de una velocidad de 120 kp/h a 60 en un tramo determinado, ha convertido el sistema( muy mal señalizado por otra parte ), en una especie de juego peligroso en el que, incluso, con la ayuda de los detectores, obliga a frenazos de emergencia y a una conducción errática muy alejada de la atencion necesaria.
El resumen de tanto dislate, además de no estar contribuyendo a la reducción de víctimas, esta produciendo un cabreo generalizado entre los usuarios y la DGT.
La rara habilidad del Sr Pere Navarro y quieres le secundan, para concitar sentimientos de rechazo entre los motoristas, las autoescuelas, los taxistas, la propia Guardia Civil de Tráfico, el sistema recaudatorio y las sanciones que nadie sabe cuando se van a notificar y, en general, sobre el sector del automóvil, difícil podrán ser superados en el futuro por director general alguno.
Si como se teme, el Código Penal va a permitir además que el exceso de velocidad, sin haber causado daño a terceros, pueda acabar con cualquiera de nosotros en la cárcel, el Sr Navarro y su ministro del Interior, figurarán en el futuro como el paradigma de lo que no debe hacerse para mejorar el caos circulatorio y el drama humano impropio de un país como el nuestro.