¿Conduce usted a diario en ciudad o carretera? ¿Quiere un buen consejo?
Cuando a principio de mes haga sus previsiones de gastos, tenga en cuenta una partida para sanciones de tráfico que, con un poco de suerte, puede oscilar entre los 100 y los 300 euros.
¿Es usted un conductor agresivo o temerario de los que se pasan la norma por el arco del triunfo? ¿Conduce usted con copas, no se pone el cinturón de seguridad, habla por el móvil mientras conduce y los límites de velocidad le suenan a chino? No, usted no es de esa clase de conductores. Usted lleva muchos años conduciendo, e incluso tiene a gala el no haber sido merecedor de una sanción grave, excepto alguna venial por aparcamiento indebido o alguna otra causa, sin riesgo para los demás.
Hasta hace aproximadamente cuatro años, usted había procurado siempre mantenerse dentro de los límites, conocedor de los resultados fatales que tienen los excesos en el tráfico. Usted, en un recorrido habitual, conocía las señales y los lugares donde le estaba permitido aparcar sin infringir ninguna norma, y si alguna vez se equivocaba, un agente de la autoridad le sancionaba o advertía. El contacto humano con el agente se producía en el acto de cometer la falta y, al menos, no había después dudas ni sorpresas.
Pero, de pronto, como una plaga caída del cielo, sobre una vía que conocía y por la que siempre había circulado, un radar, a ser posible camuflado, le daba la sorpresa por correo de que, en el punto más inesperado, incluso, en recta, con máxima visibilidad y muchas veces en descenso, el límite había sido rebajado en veinte o treinta kilómetros por hora y aquello significaba una sanción y el posible inicio de un expediente que acabaría por privarle del permiso de conducir.
De nada servían después sus quejas ni sus recursos, y ni siquiera le quedaba el consuelo de haber expuesto las causas de su error en el lugar de la falta, ante un agente de la autoridad.
Pero lo peor fue apareciendo después. Los radares, ciegos recaudadores de la Hacienda Pública, no entienden ni distinguen entre conductores buenos o malos. Su denuncia muda va siempre a misa; proliferan como las pandemias contagiosas y usted, ante la indefensión del sistema, cada día conduce con mayor temor y descubre como, en las vías seguras donde los riesgos de accidentes son mínimos, sin entender muy bien porqué, de pronto ha surgido una señal inexplicable que, por mucho que usted se empeñe en descubrir a tiempo, le va a costar una multa.
Créame. No importa que usted conduzca poniendo sus cinco sentidos en descubrir donde le acecha un nuevo radar. No importa que usted sacrifique una parte de su concentración en perjuicio de su seguridad. No importa que su sentido común rechace muchas de las medidas que se nos imponen por narices.
Olvídelo, los radares y las asechanzas recaudatorias seguirán proliferando en las vía menos peligrosas, sustituyendo a los agentes de la autoridad.
Escuche un buen consejo. Por muy buen observador de las normas que usted sea, lo mejor es que reserve una parte de sus ingresos a las multas de Tráfico, además de los impuestos que, por circular y poseer un automóvil, ya gravan en exceso su economía.
Paco Costas