La expresión inglesa se acuñó por Israel Zangwill en la obra teatral de 1908 The Melting Pot, y desde entonces se viene utilizando para describir la peculiar forma de integración de la inmigración en Estados Unidos.
Durante los años que por mi trabajo tuve un contacto permanente con ciudadanos de los Estados Unidos, siempre los escuché definirse con orgullo como un Melting Pot, es decir, un país crisol integrador de culturas, razas y religiones sin exclusión.
Donald Trump parece desconocer la metáfora cuyo significado en español sería algo así, como mezclar toda serie de ingredientes en un recipiente para cocinar un menú que sirva a todos los gustos.
Cuando en Alemania, la demencia de Hitler al querer eliminar del mundo asesinándolos a judíos, homosexuales, gitanos y discapacitados, costó a Europa la pérdida de millones de seres inocentes, fueron los Estados Unidos de América los que, en un gesto heroico y solidario, acudieron por segunda vez en nuestra ayuda sacrificando la vida de millones de jóvenes norteamericanos en los campos de batalla en nombre de la libertad.
¿Pero de qué nos sorprendemos?, el discurso, la propia gestualidad grosera con la que prometió excluir a millones de emigrantes del país del “melting pot”, dejaban poco lugar a la duda. La conducta errática y las medidas que este personaje quiere imponer a los pocos días de ser investido presidente, más parecen producto de la paranoia que de un político responsable al frente del país más poderoso del mundo.