Cuando escribo este comentario es sábado, y las cifras de muertos que van dando los medios de comunicación se aproximan de forma trágica al centenar, sin contar los heridos graves. ¿Se alcanzarán o se sobrepasarán las previsiones? La pregunta comienza a parecerse a una macabra lotería en la que el propósito consistiera únicamente en acertar para poder hablar de menos o más víctimas mortales en nuestras carreteras durante las vacaciones de Semana Santa.
El próximo lunes se sabrá quien acierta y, en cualquier caso, las críticas, las opiniones, variarán según quienes las emitan.
Las causas de la desaparición de tantas personas que iniciaron sus vacaciones ilusionados y sin saber el destino que les esperaba, para algunos -ya he leído algo al respecto- son las carreteras. Para otros, la señalización, los atascos, la falta de previsión de la DGT y su director general, el mal tiempo, etc.
No estoy de acuerdo con algunas de las medidas que van a tomarse en unas pocas semanas, o, al menos, con su ejecución previsible, pero de eso, a echar sobre las espaldas de Tráfico la causa de la tragedia, es absolutamente injusto.
¿Tiene Tráfico o su director general la culpa de un jovenzuelo inconsciente y sin carné adelante en un lugar prohibido y mate a cinco personas en el acto, o que más de un descerebrado circule a 180 Km/h a cincuenta metros de otro vehículo que le precede a esa misma velocidad, o de aquel que ignorante del peligro que corre en una colisión, prescinde del cinturón de seguridad, o habla por el móvil pasando olímpicamente de los mensajes que, a todas horas, nos repiten desde todos los medios de comunicación?
¿A quién puede atribuirse que, un conductor inexperto, al volante de un potente automóvil, sobrepase por sistema los límites de velocidad y sus propios límites?
Pueden mejorarse las carreteras, la señalización, las medidas de seguridad, las normas, el Código Penal, la enseñanza, pero lo más importante, lo que de verdad es la causa principal de los muertos del tráfico, somos los conductores en un noventa por ciento de las ocasiones.
Para aquellos críticos que ponen el grito en el cielo y se sienten heridos y perseguidos en sus libertades cuando este hecho incontrovertible aparece como causa generalizada en nueve de cada diez accidentes, yo les aconsejaría que viajando al volante de su automóvil y después de haber recorrido unos centenares de kilómetros, nos contasen lo que han visto a través del parabrisas, cuantas veces han sido testigos de auténticas barbaridades sólo atribuibles al que las protagoniza.
Soy y he sido siempre muy crítico con algunas de las políticas que, en materia de seguridad vial nos son impuestas desde la DGT, pero lo que, en conciencia no se puede admitir, es que la muerte de cien personas en unos pocos días se atribuya en modo alguno a los responsables de la vigilancia del tráfico. Es el conductor el que acelera, el que frena, el que gira el volante, el que, en muchas ocasiones, bebe más de la cuenta y circula de forma incontrolada.
Un automóvil no corre solo, es el conductor el que le hace correr, girar, reducir su velocidad o detenerse. De todos los mensajes de la DGT que he conocido en muchos años, aquel que nos recuerda “que no puede conducir por nosotros” es el que, sin duda, refleja la mayor parte del problema.
A Tráfico aun le quedan muchas asignaturas por aprobar en materia de seguridad vial, pero lo que no puede hacer es colocar a un policía detrás de cada conductor.