Cuando se acercan fechas entrañables, cuando muchos desalmados abandonan a sus animales de compañía sin pensar en el destino que les depara la ingratitud de aquellos en los que han confiado sin pedir nada a cambio, vuelvo a subir a la portada de mi blog la carta que, en el verano del 2006, dediqué a mi querido Lucas.
Carta a mi perro
Querido Lucas:
No, yo no te voy a abandonar tampoco este verano, ni el que viene, ni el otro. Hasta que tu vida se apague de forma natural, quiero disfrutar de tu compañía.
Lucas es mi perro. No tiene un pedigrí especial y llegó a mi casa por pura casualidad. Desde entonces, su entorno, su universo, somos mi familia y yo. Todo lo que en su instinto le impulsa a querernos, es nuestro olor, nuestra voz, nuestro tacto cuando le acariciamos.
Dicen que los animales no tienen alma, no lo sé ni me lo pregunto porque empiezo por dudar de la existencia de la mía. Pero sí hay una cosa que me une a él sin fisuras, ambos tenemos el mismo sistema nervioso, padecemos el dolor, y somos esclavos de las mismas miserias.
Por eso, cuando pienso en esas personas que llegado el momento abandonan a su perro en medio de la nada, me estremezco al pensar en Lucas, sin comer en varios días, sin agua con la que apagar su sed, y adivino su desconcierto, su soledad, su sufrimiento…
Lucas, desde que está conmigo, ha confiado en mi, y cuando algo le causa dolor, o le regaño, me mira con esa mirada suplicante que no engaña nunca. He leído en alguna parte que, los perros, a hora de la muerte, confían en que su amo les va a sacar del trance.
Querido Lucas: no, no te voy a abandonar este verano, ni el que viene, ni el otro… y me gustaría que fueses capaz de entenderme para poder decirte lo que te quiero.
Paco, tu amigo