Si emprende un viaje de vacaciones y va a conducir más tiempo del que está acostumbrado, digamos, durante 500 o 600 kilómetros, además de darse un respiro cada dos horas o un poco más, recuerde el viejo refrán: “no por mucho madrugar, amanece más temprano”.
Durante los últimos kilómetros es cuando estamos más fatigados, y si, además, viajamos en compañía, con la familia, los niños especialmente, también empiezan a dar señales de cansancio y de aburrimiento.
La presión que sobre el conductor produce esta situación es muchas veces agobiante y aceleramos más tratando de llegar antes a nuestro destino, asumiendo, no solamente el riesgo de una grave sanción, sino que también nos exponemos a que, ante una situación inesperada, la reacción necesaria para resolverla sea lenta e insuficiente.
Pocos conductores son conscientes del desgaste físico que se produce durante muchas horas al volante; la inevitable atención y el esfuerzo van minando nuestra capacidad física y psíquica de forma larvada y sin que nos demos cuenta.
A veces resulta difícil de creer, pero conducir durante varias horas comporta miles de movimientos de la vista, los brazos, las manos y los pies, mientras, la mente y, sobre todo los ojos, trabajan en proporción directa a la velocidad a la que circulamos, el propio tráfico y las imágenes del entorno.
Si adelantamos de forma constante o somos nosotros los adelantados, estamos circulando mal. La velocidad debe ser la que nos va marcando el tráfico.
Buen Viaje
Paco Costas