Una vez más, en lo que llevamos del mundial de F1, Alonso comete una equivocación difícil de prever en un piloto de su talla. En Montreal cometió, en mi opinión, dos errores que, sólo la enorme presión que debe estar soportando, justifican.
El primero, su salida de pista: algo normal en cualquier piloto que, en este caso, se ve impotente para superar a un contrario durante un prolongado número de vueltas sin la punta de velocidad que le faltaba para conseguirlo; y, la segunda, cuando- y esta vez repite algo que en el pasado hizo con demasiada frecuencia- criticó a su equipo nada menos que: “porque en su opinión el fallo en la estrategia al hacerle detenerse cuando aún podría haber dado algunas vueltas más quitándole toda posibilidad de ganar la carrera”.
Habrá quién admire más al español, no lo dudo, pero yo, como aficionado, no solamente creo en su talento, sino que le cuento entre mis iconos junto con Fangio y Ayrton Senna. Y es por eso, precisamente, por lo que me permito criticar su actitud encontra de un equipo que, si bien hasta el momento no ha podido poner en sus manos el coche que le permita volver al podio, si le hecho llegar a donde ha llegado. Ni Renault y el equipo que dirige Briatore se merecen el más mínimo reproche aún cuando se equivoquen. El español, con esa actitud, hace un flaco favor a quienes tanto debe.
Por otra parte, mi alegría más sincera por el gran triunfo de Kubica y, una vez más, mis críticas a Hamilton que, a pesar de su gran talento, sigue demostrado su bisoñez y su inconsistencia. No quiero ser ave de mal agüero, pero sigo pensando que el británico pasará ala historia como tantos otros pilotos que arañaron la gloria con las uñas y jamás lograron alcanzarla.
Paco Costas