Cuando después de muchos años de pérdida de vidas en nuestras carreteras, se intenta buscar fórmulas para reducir en lo posible esa dolorosa sangría, siempre surge un “pacontraria”, una mosca cojonera, cuya misión, “en defensa de los conductores”, es la de retorcer los argumentos y buscarle tres pies al gato.
Leo en la prensa que una de estas asociaciones previene a la Administración, advirtiendo que el carné por puntos podría resultar inconstitucional en un plazo de dos años.
No sé si quienes lo dicen tienen o no argumentos suficientes para lanzar algo así a la opinión pública y, hasta llego a admitir que pueden existir fundamentos que avalen su profecía, pero lo que cada día me irrita más, es que se siga considerando una forma de proteger las vidas de los automovilistas, facilitándoles argumentos que pueden inducir al desconcierto sobre algo que hace ya mucho tiempo tendría que estar funcionando en España.
El carné por puntos, en versión española, nace con muchos defectos y sustanciales diferencias con países de nuestro entorno, en los que está probado que da un buen resultado. Y estas diferencias si que hay que denunciarlas con rigor y sin cejar en ello, pero de eso a sembrar la duda de su legitimidad, me parece un deseo de buscar notoriedad y de arrimar la sardina a intereses empresariales que, en ocasiones como esta, quedan muy lejos de lo que debiera ser una defensa auténtica de la seguridad vial y de la vida de muchos conductores.
Ofrecer a los asociados de cualquiera de estas organizaciones la posibilidad de recurrir a la Administración los excesos, las sanciones que se consideren injustas, o cualquier otra posición que lesione sus intereses en materia de multas, seguros, reparaciones, sentencias, etc, es absolutamente legítimo y necesario, pero, por sistema, poner palos en las ruedas a cualquier medida que, con defectos o sin ellos, persigue reducir el número de nuestros muertos en el tráfico, me parece una irresponsabilidad injustificable.
No creo ser sospechoso ni tibio en mis críticas durante muchos años a la DGT y al Ministerio del Interior, pero si me preocupa que, lo que el filósofo francés François Revel denominó con terrible acierto como “un suicidio al cuadrado”, siga atribuyéndonos el vergonzoso privilegio de estar en la cola de Europa en número de heridos y muertos en el tráfico.