Sólo faltan horas para que los pilotos de la F1 vuelvan a sentir ese hormigueo, mezcla de temor y emoción, que produce el instante en el que, apagadas las luces rojas, arrancará el primer GP del 2008 en Melbourne.
Para nosotros, con la emoción compartida, en la madrugada del sábado al domingo, empujaremos, con el corazón a punto de saltar, a Fernando Alonso, en esos momentos en los que, los rumores, las especulaciones, la política y los pronósticos, también desaparecen con las luces rojas, porque ha llegado la hora de la verdad.
En estos momentos todo son cábalas, expectativas y, por qué no, esperanzas y sinceros deseos de éxito para el español. Pero todavía no ha nacido el piloto que, sin tener en sus manos una máquina ganadora, sea capaz de imponerse a los demás ganando carreras.
Quizás, y así lo esperamos todos, los inevitables defectos de juventud del nuevo monoplaza puedan ser suplidos gracias a la maestría del piloto, en esta temporada en la que, la supresión de las ayudas electrónicas, vuelven a poner en manos del piloto su capacidad de control y su habilidad para hacer una buena arrancada y salir de las curvas más velozmente que sus rivales.
Ojala que las nuevas normas nos permitan ver como, pilotos condenados a permanecer en el anonimato de la mitad de la parrilla por falta de medios económicos para salir de allí alguna vez, tengan la oportunidad de demostrar su talento.
Un ejemplo, aún vivo, una auténtica leyenda del automovilismo mundial, el británico Stirling Moss, pocas veces a lo largo de su brillante carrera deportiva dispuso de un coche ganador, y cuando lo tuvo, se tropezó con el inigualable Fangio en el mismo equipo. Moss nunca ganó un mundial y se quedó a un solo punto de conseguirlo en 1958, pero siempre demostró que era capaz de hacer correr cualquier cosa que tuviese un motor.
Estoy convencido de que Fernando Alonso posee ese don especial que, desde su comienzos en el karting, le hizo mostrase en todo momento superior a sus rivales.
Esta temporada que ahora está a punto de comenzar, libre de la política demencial de Mclaren y del absurdo empeño que Ron Dennis puso para perder el mundial que tuvo en sus manos, al tratar de coronar a Hamilton contra viento y marea, nos va ha ofrecer a un renovado Alonso, con fe en si mismo, con su talento, y con todo el apoyo de Renault y de los miles de aficionados españoles que le admiramos.
Paco Costas