Cada vez que escribo o comento algunas actitudes extradeportivas de Fernando Alonso, recibo críticas (quizá menos de las que merecería). Con este post no pretendo justificarme, llevo demasiados años en esto para saber que las críticas, si no rozan la mala educación, son siempre constructivas y las acepto “deportivamente”.
En ningún momento, que yo recuerde- ahí están todos los posts que he escrito sobre Fernado en los últimos seis o siete años- he puesto la menor tacha a su gran categoría como piloto de auténtica excepción ; lo que si he echado de menos en ocasiones, y pienso seguir haciendo cuando ocurra, es una posible comparación en la que salga bien parado con los más grandes de nuestro deporte en lo que se refiere a categoría humana: Indurain, Rafa Nadal, Pau Gasols, Carlos Saiz, Manolo Santana y otros tantos de una larga lista que aquí no cabría, no sólo son grandes en la práctica de su deporte a escala universal, si no que siempre serán recordados por las generaciones venideras como un ejemplo a seguir
Fernando Alonso, fue distinguido con el Príncipe de Asturias por considerarlo un ejemplo para la juventud, y esa distinción, quizás prematura, le obliga a ser especialmente cuidadoso y ejemplar: lo es sin duda en su vida particular, pero, en ocasiones, en los circuitos ha suscitado comentarios que no le han favorecido en absoluto. En el peor de los casos, si tiene algo que decir, que lo haga como lo hacía Alain Prost que siempre se las arreglaba para soltarlo de forma ladina y cuando salía a la luz, siempre aparecía en boca de otros.
Para ti, aficionado que te interesa el buen nombre de Alonso, su futuro, y la Fórmula 1, reproduzco un ejemplo de mi libro La Década Mágica en el que quizás puedas explicarte porque escribo lo que escribo sobre Fernando, si te entretienes en leerlo.
El Chueco
El ”chueco”, como así le llamaban cariñosamente en su Argentina natal, era un hombre que ya su sola presencia, su tono templado al hablar y la dulzura de su acento, infundían confianza, y desde el primer momento uno percibía que estaba ante un ser excepcional. Entre las muchas palabras llenas de sentido que le escuché entonces, estas que reproduzco a continuación, lo confirman y son el mejor exponente de su manera de ser y de cual fue su estilo como deportista y como ser humano:
“Nunca fui un piloto inconsciente o espectacular y procuré en todo momento ir a la velocidad justa para cada circunstancia, sin preocuparme de estilos ni concesiones inútiles. Me limité a estar colocado en una posición que me permitiese observar la actitud de mis rivales, con los que traté en todo momento de ser leal, y siempre tuve fe en mis propias condiciones y en las del coche que me tocó conducir”
Creo que no se puede resumir de forma tan sencilla, el secreto de lo genial. Los grandes pilotos, los que han conseguido los mejores resultados y la gloria, han sido siempre aquellos que, viéndoles actuar, daban la sensación de estar realizando algo muy difícil con la misma naturalidad con que se abordan las cosas más fáciles, y este principio es aplicable también a los más grandes campeones de cualquier disciplina deportiva. Cuando a esa virtud, que sólo tienen unos pocos elegidos, se añade un comportamiento personal y humano como del que siempre hizo gala Fangio, el personaje acaba siempre por traspasar lo real para entrar en la leyenda.
Juan Manuel Fangio se retiró de las carreras y se dedicó a los negocios en Argentina, pero nunca dejó de estar en contacto con las carreras, y hasta su muerte por enfermedad en 1995, era frecuente verle en los circuitos conduciendo alguno de aquellos legendarios coches que le dieron tantos títulos y fama. En todo momento sus actitudes fueron las de un auténtico caballero, amable y accesible para todo aquel que le solicitaba, y su vida fue siempre un ejemplo que las jóvenes generaciones de pilotos harían bien en imitar.