Si ha habido en España un periodista del motor verdaderamente popular, a quien hasta el gran público conocía por su nombre, éste es el inefable Paco Costas. Fue el programa «La segunda oportunidad» emitido por TVE en 1978 y 1979 lo que le convirtió en un personaje célebre, pero su ajetreada y variopinta carrera contiene bastantes más registros, algunos de los cuales nos explica él mismo en estas páginas.
A pesar de que él atribuya la mayoría de sus éxitos a la buena suerte y a su curiosidad innata por las cosas, la larga trayectoria de Paco Costas es fruto de una férrea voluntad de avanzar unida a un talento natural, pero ciertamente tiene algo de novelesco; más aún, su propia vida parecería fruto de una imaginación dickensiana. «Conducir durante años por las carreteras de medio mundo, competir en carreras como aficionado, trabajar en el cine, la televisión, la radio y la prensa, además de otros cometidos que me llevaron a ser, ya desde niño, solista del coro del colegio, monaguillo, aprendiz de mecánico, botones, impresor, pastelero, lechero, ferretero, avisacoches, vendedor de pan de estraperlo; boxeador y torero (dos aprendizajes que duraron lo que tardé en recibir la primera bofetada seria y el primer revolcón), estoy seguro que a cualquier buen escritor -no es mi caso- le daría tema para varios libros. Por tanto, querido lector, discúlpame de antemano y ten la seguridad de que, con más o menos estilo, todo lo que voy a relatar si tiene algún valor por encima de lo literario es el de la frescura del que cuenta su verdad tal como la ha visto y vivido.»
Así abre el pórtico de su autobiografía Una vida sobre ruedas (Ediciones Carena, 2014), un tocho de 662 páginas que devoré con avidez apenas publicarse, tras lo cual me impuse el insoslayable deber de entrevistarle en cuanto se terciara. Había tenido ocasión de conocerle durante la edición 2008 del Retromóvil de Madrid en un almuerzo orquestado por el imprescindible Alberto Ferreras con Paco y su compañero de andanzas televisivas, el cascadeur Alain Petit. Oír sus historias fue un privilegio, Alberto y yo casi no nos podíamos creer que estuviéramos compartiendo mesa y mantel con los artífices de aquel espacio mítico. «La segunda oportunidad» estuvo en antena entre 1978 y 1979, con varias reposiciones durante los años 80; fueron 24 programas (emitidos en 40 países) que los quinceañeros de entonces devorábamos extasiados ante la pequeña pantalla. El equipo estaba formado por Tomas Zardoya como guionista, Fernando Navarrete en la realización, la voz en off de Rafael Taibo, Reyes Abades con los efectos especiales, Alan Petit al volante y Paco Costas delante de la cámara, dirigiendo aquel tinglado con su característico estilo personal.
Supongo que eres consciente de que mucha gente asocia tu imagen con esta serie…
Te lo voy a explicar: esto lo habré contado algo así como trescientas veces en la radio, en público, etc. Mira, yo dí la cara y como consecuencia obtuve toda la popularidad y el reconocimiento, pero el mérito no es mío en absoluto. Fue Fernando el verdadero genio; teníamos el mejor cámara que había en aquel momento, que era el de Félix Rodríguez de la Fuente -vaya, teníamos todo el equipo de Félix- y de ayudante de cámara a Enrique Cerezo, hoy presidente del Atlético de Madrid. A mi Fernando me decía ‘ponte aquí, ponte allá’… hombre el que sabía del tema era yo, eso sí.
No sólo eso: te explicabas bien, transmitías credibilidad, vamos, tenías tablas y díste la talla.
Pero también es cuestión de suerte, y el que se arroga méritos de éxitos ajenos es un imbécil. Y yo no soy un imbécil ¿me entiendes? Al César lo que es del César. Mira, todo lo que yo he conseguido en esta vida ha sido por dos cosas: una por hablar inglés desde los dieciocho años, y otra por «La segunda oportunidad», porque hay periodistas del motor que saben muchísimo más que yo, que le han dedicado su vida al asunto. Bueno, Javier del Arco ¿qué me voy a comparar yo con Javier del Arco? Por cierto, le traté bastante cuando íbamos juntos a los Grandes Premios con él y Francesc Rosés -luego vino Jose María Rubio-, ellos ya tenían experiencia en la F-1. Porque en 1977 ya estaba yo en «El País», y a las crónicas que escribía allí les dieron un premio los de «Autopista».
Volviendo a «La segunda oportunidad», quería preguntarte por la famosa escena…
…de la roca en medio de la carretera que utilizamos para la cabecera del programa, claro. Aquello fue idea de Fernando Navarrete. El coche no era un Jaguar, como algunos creen, sino un Daimler con caja automática; se lo compramos a un piloto español que se lo había traído de Inglaterra y no lo podía matricular. Tras unas pasadas de prueba, Reyes Abades instaló dos cables de acero en paralelo bien tensados para que hicieran de guías. Con el ralentí alto puso la palanca en D y el coche salió andando solo, sin conductor, y cogiendo velocidad hasta impactar con la roca -pesaba 16 toneladas- a 145 km/h. Pero esto sólo fue una secuencia de las muchas que hicimos, casi todas con Alain Petit, que ejecutó la mayoría de derrapes, trompos, choques y vuelcos de la serie.
Supongo que sin Alain el programa no hubiera sido posible ¿Cómo llegaste a él?
Desde luego. Le conocí un día que se presentó en mi despacho solicitando patrocinador para el espectáculo de acrobacias en coche que quería hacer en el campo de fútbol de Ávila. Y en cuanto lo vi actuar lo tuve claro: era el tipo que yo necesitaba para hacer una serie sobre seguridad vial.
Rodada en película de 35 mm, esa serie costó 55 millones de pesetas y sirvió para concienciar a la población y a los poderes públicos sobre los peligros de la circulación y la necesidad de promover la seguridad vial. Fue uno de los espacios más vistos de su época, pero por presiones de ANFAC sobre la DGT estuvo a punto de ser cancelado antes de emitirse. Aunque eso no sucedió, algunos capítulos desaparecieron misteriosamente de la sala de montaje y nunca llegaron a emitirse, como explica nuestro hombre en unas memorias tan extensas como apasionantes y descarnadas, en las que él mismo se encarga de desmontar unos cuantos tópicos.
Paco, ¿tú eres de los que llevan gasolina en la sangre?
Verás, me he dado cuenta de que hay gente que tiene muchísima mas afición que yo; por ejemplo Emilio de Villota, ese sí que la lleva en sus venas; o Juan Fernández, alguien que me impresionó por su categoría y me ayudó mucho cuando yo hacía carreras en cuesta con la barqueta. En la F1 a quien más he admirado es a Ayrton Senna, no sólo como piloto también como ser humano. Hablé mucho con él y era un tipo excepcional, llevaba la competición en la sangre pero tenía un aura que cautivaba y una profunda fe religiosa. No lo olvidaré mientras viva. Y después a alguien por quien siento un gran respeto es Luis Pérez Sala, todo un caballero, una gran persona, que tal vez no tuvo la suerte que merecía. Aunque entre los pilotos españoles mi pasión se llama Fernando Alonso, no es ningún secreto. Viniendo de nada -es uno de los pocos campeones que ha salido de la pobreza- ha llegado a lo más alto.
Como el propio Paco, que nació en una misérrima aldea gallega, emigró de niño a Madrid y creció en la calle General Pardiñas, «un sitio que daría para escribir un libro, donde se mezclaban dos culturas, la castellana de la derechona de toda la vida, y la de los marginados. En mi calle vivían hijos de entretenidas con mucho dinero, bailarines, toreros… y yo era el golfete del barrio, chuleta, desarraigado, estaba todo el día a puñetazo limpio. Vamos, era la hez. Tenía cinco años cuando estalló la guerra, y a los diez ya estaba currando -he echado cuentas y me sale que he trabajado durante 72 años-, pero yo al Paco Costas de veinte años ni le hablaría. Fíjate hasta donde llega esta evolución, digamos, que para mi ha sido positiva pero me deja un poso de amargura.»
Pero con tu labor en el tema de la seguridad vial has aportado mucho a la comunidad…
Mira, hace poco me dieron un premio los de Línea Directa, y en mi discurso se lo agradecí, pero también dije que para mí el verdadero premio es haber salvado vidas. Eso sí que no tiene precio. Aunque sólo fuera una. Tengo testimonios de gente diciéndome, ‘Paco cuanto te agradecemos, nos acordamos de lo que dijiste, del cinturón, de no distraernos, de no sé qué’, en fin, parece que todos estos consejos que daba le han valido a la gente. Esto sí que es un premio.
De aquel difícil entorno sólo salen los más fuertes o los más listos y Paco encontrará su manera de hacerlo. De foma bastante resumida, aprende a conducir siendo aún niño, y el manejo de vehículos deviene algo natural para él, que realiza con solvencia e incorpora como actividad cotidiana, hasta el punto que acabará por ganarse la vida haciéndolo: de transportar mercancías en una furgoneta pasa a llevar a pasajeros en un taxi, y pronto a aprender inglés para entenderse con ellos. «Me coloqué de chófer-interpreté. Me pagaban 10 céntimos el kilómetro, y compré un Cadillac de 1952. Tenía mis cliente americanos y me fui enterando de como funcionaba el negocio. Cuando dejé de conducir para los demás por un sueldo de mierda puse en marcha Autos Costa Verde, una agencia de coches de alquiler sin conductor, de las primeras que hubo en España.»
Delante y detrás de las cámaras
1 y 4- En los circuitos hizo amistades con grandes pilotos como Ayrton Senna.
Aquí haciendo confidencias con Niki Lauda en el Jarama, en 1977, el año que el austriaco ganó su segundo campeonato de Fórmula 1, con Ferrari.
2- Su popularidad, gracias a la televisión, entre los niños, era enorme.
3- También le tocó vivir la experiencia desde dentro y dar algún que otro castañazo durante el rodaje de la serie televisiva.
Entonces te enteras de que Seat está ampliando su red y montas un concesionario en Avila.
Sólo había una agencia pequeñita en Arévalo. Me lo propuso el director del banco con el que hacía negocios, y no me lo pensé dos veces. Ávila tenía 24.000 habitantes y solo había tallercitos. Hasta hice la obra yo. Monté un servicio oficial de categoría, nave con elevadores, aire acondicionado, suelo de baldosa, etc. Luego puse la sucursal de Piedrahita, otra en Barco de Avila, la de Arévalo, en fin, toda la provincia. Después me asocié con Alfonso Santamaría, porque llegó un momento en que estaba casi arruinado -tuve una enfermedad, me operaron del estómago, estuve muy mal- y le vendí la mitad de mi parte. Y ya con él, como era más loco que yo, adquirimos una agencia Seat en Madrid luego una empresa de despiece de carne ¡estuvimos a punto de tener nuestro propio avión! Manejábamos millones… que no eran nuestros. Pero todo se fue al garete cuando me enamoré de una mujer, de Puri… ¡aquello fue terrible!
¿A partir de qué momento tu saber automovilístico se periodistiza? (y perdón por el palabro)
Eso vino un poco solo. Cuando ya tenía la Seat en Ávila, un amigo mío, corresponsal de ABC en la ciudad me propuso escribir una columna sobre coches en el «Diario de Ávila». Nunca se me hubiera ocurrido, aunque ya había empezado en la tele nunca había escrito en ningún medio, así que él fue mi «negro» en los primeros tiempos: yo le daba las ideas y él las plasmaba. Así empecé, pero luego en 1975 nació el diario «El País» y Julián García Candau me propuso hacerme cargo de la sección de motor. Yo escribía las crónicas y ¡lo hacía tan mal! No sabía ni donde poner una coma, incluidas faltas de ortografía, pero las pasaba al corrector y éste las arreglaba. A veces me echo las manos a la cabeza y me pregunto qué debía pensar… Siempre he sido muy lanzado y a la vez inconsciente. Pero todo se aprende en la vida. Me fijo mucho en la gente y en las cosas y asimilo rápido.
1- Presentación del Ford Mondeo en el circuito Polar Ártico, con un grupo de periodistas del motor.
Delante, de izqda. a dcha., Paco Costas, Arturo Andrés, -flanqueado por dos responsables de Ford- y Manuel Doménech: detrás Antonio Roncero, Juan Collín, Alfonso Silvestre, Sergio Piccione y Raúl del Hoyo.
2- Paco Costas en Bueu, su ciudad natal.
3- En un evento deportivo de Fórmula 1 como periodista acreditado.
4- En el circuito madrileño del Jarama des pues de un evento.
5- Portando la antorcha en los juegos Olímpicos de 1992.
En efecto, eres todo un autodidacta… con miles de artículos y varios libros publicados.
Hay una cosa que le agradezco a la naturaleza -yo soy agnóstico- y es que me dio por aprender. En vez de una infancia miserable en la postguerra, con una madre analfabeta, me hubiera gustado tener una buena formación. Puede que tenga un barniz de cultura adquirida viajando y conociendo a gente, pero reprocho a la vida que no me haya dado la oportunidad de tener otros mimbres. Lo que único que envidio es el saber, porque eso es algo que no se puede encontrar.
Has conducido muchos coches como chófer, probador, piloto, propietario.. ¿cuál es el tuyo?
Para mí conducir es un cosa natural, el coche, la moto, la bicicleta, el esquí, todo lo dinámico, me sale solo, es algo que llevo dentro. Desde el Renault del 1922 que tuve, el primero, he llevado furgonetas, camiones, coches de carreras, por mi curiosidad natural lo he probado todo, hasta he subido en globo; lo único que no he hecho es acostarme con un tío, pero también me hice esta pregunta (risas). Y he tenido un montón ¿Los que más me han gustado? Jaguar, Rolls, modelos americanos de los 60… El coche adecuado a mi edad sería un Jaguar, si me lo pudiera permitir, pero actualmente sólo conduzco mi autocaravana y la Honda 125 que llevo atrás; ah, y la bici…
A sus 84 años, con dos matrimonios a sus espaldas, Paco Costas es padre de cuatro hijos, abuelo de once nietos, y bisabuelo de una bisnieta -«ya ves que no me privo de nada»- y a pesar de esa mala salud de hierro -«me he roto huesos, he sufrido una perforación de estómago, un cáncer de esófago, operaciones de todos tipos, hasta un naufragio…»- se le nota relajado y disfruta al máximo con su pasión de los últimos veinte años, los viajes en autocaravana. A nivel intelectual sigue activo manteniendo al día su blog (www.pacocostas.com) con novedades de la industria y opinando sobre temas de actualidad, aparte de su incesante lecturas sobre historia. «Creo que estoy viviendo los años más felices de mi vida. Superé una enfermedad de esas de las que no se sale, pero no me puedo quejar. No me sobra nada, no me falta nada y me mantengo ocupado.» Tal vez no lleve la gasolina en la sangre pero sin duda continúa siendo un tipo de combustión interna, con un corazón tan grande y tan caliente como un V8.
Francisco Costas Verde (Bueu, 1931), conocido como Paco Costas en el mundo del periodismo, nos cuenta en estas memorias ochenta años de una agitada vida, y gracias a su increíble memoria, sin ninguna pretensión literaria, como en un denso reportaje, va desgranando lo que vivió durante la Guerra Civil, la condena y encarcelamiento de su madre, la represión franquista, los duros años 40 junto a sus hermanos en la pensión que regentaba su abuela en Madrid y el aprendizaje de varios oficios a los que se vio obligado en medio de una extrema pobreza. Cuando llega a la mili Paco da con gente que le aconseja, le ayuda a ampliar su escasa formación y le abre las puertas de un futuro en el que llegará a conocer países de medio mundo y a relacionarse con personajes del cine, la cultura, el periodismo, la política y la Fórmula 1. D esta experiencia nace la que ha sido su constante preocupación por la seguridad vial y a la que ha dedicado buena parte de su vida profesional como divulgador a través de programas de televisión, radio y prensa. Su pasión por el automóvil, en cuyo mundo comenzó como aprendiz de mecánico, le hace participar como piloto en carreras. Sus inquietudes y su buena estrella le llevan a iniciarse en el mundo empresarial, y en una de esas empresas a punto está de perecer en un naufragio en la costa atlántica de África.. Gracias a su pasión por la lectura, su innata curiosidad y el conocimiento de otros idiomas, Paco introduce en el relato la evolución de su pensamiento con respecto a la política, a las religiones, a nuestra historia y a los periodos vividos en España a lo largo de su vida: república, dictadura, democracia y monarquía han acabado por sumirle en el escepticismo y alejado de toda actividad profesional sigue recorriendo España y Europa con su autocaravana, en lo que él llama vivir en libertad y, como siempre, sobre ruedas.
MANUEL GARRIGA (TEXTO). ARCHIVO PACO COSTAS / M.G. (FOTOS)
(Publicada en el nº 338 de Motor Clásico, octubre de 2016)