A pocos días de las elecciones al Parlamento Europeo, los buzones de los españoles que tenemos derecho a voto, aparecen atestados de papeletas, que, por cierto, con actos, viajes y alardes de todo tipo, nos cuestan a todos los españoles un riñón.
Se trata de elegir a los que (creo que, en número de cincuenta, según el cupo que corresponde a España), defenderán los intereses de todos los españoles en la Comunidad Europea.
Si como afirman los que presentan sus candidaturas, la decisión es tan importante, quiero conocer quiénes son los integrantes de la larga lista que aparece en las papeletas.
Su biografía, ¿Qué formación tienen? ¿Cuántos idiomas hablan? ¿Qué conocen del funcionamiento y de los encontrados intereses que van a tener que defender?
Cuanto más leo las listas, a duras penas logro reconocer de oídas algunos nombres.
¿Tengo por tanto que votar a ciegas a los que se supone que doy mi voto para que decidan sobre mi presente y mi futuro desde sus muy bien pagadas poltronas?
Más bien parece como si se tratase de colocar a un grupo de amigos elegidos a dedo, en pago de la fidelidad mantenida al color político correspondiente.
Cada vez que aparece en televisión el hemiciclo europeo formado por más de setecientos diputados, me echo a temblar, y no puedo dejar de pensar en un moderno patio de monipodio.
Y ya de paso, también me pregunto. ¿A qué viene tanto ruido para que, sentados ante el televisor, tengamos que tragarnos a los dos candidatos de los partidos mayoritarios arrojándose los trastos a la cabeza en lugar de hablarnos de Europa?
Paco Costas