Es mal endémico y muy extendido entre una gran mayoría de los conductores españoles. Si alguna vez, en un altercado del tráfico, nos atrevemos a decirle a otro conductor que todavía está un poco verde, éste, frecuentemente y de forma invariable, responderá: “usted es el que no tiene ni idea”.
De un extremo a otro de nuestra geografía, tres cuartos de los conductores se creen buenos, incluso muy buenos, y una tercera parte afirman que son mucho mejores que la media. Los conductores que se consideran a sí mismos profesionales o semiprofesionales y aquellos que basan su maestría en el número de kilómetros recorridos, dan por hecho su consumada pericia y afirman que los demás conducen mal, sobre todo los viejos y las mujeres.
Pero no hace falta acudir a consultas, las mujeres son mucho más disciplinadas al volante que los hombres, más respetuosas con las normas y, en gran parte, el automóvil, sus secretos, su funcionamiento o su historia, no suele producir en ellas el mismo apasionamiento que en los conductores varones.
¿Es un problema de falta de curiosidad? ¿Forma parte de la educación diferenciada recibida? ¿O es simplemente que las mujeres tienen una visión más pragmática y práctica de la vida? Está claro que su idea del uso del automóvil es muy distinta de la de los hombres y, para la mayoría, exceptuando su lado más práctico, la potencia, la velocidad, las características técnicas del automóvil o las competiciones, les suelen traer sin cuidado.
Michèle Mouton, la gran piloto de rallyes, una de las pocas excepciones que confirman la regla y a la que he tenido la oportunidad de tratar -sigue la Fórmula 1 como periodista desde que dejó las carreras– dijo una vez: “que el rechazo de las mujeres por alcanzar los límites, por el hecho de ser ellas las que nos dan la vida, se contradice con la tentación de arriesgarse a perderla”.
El caso es que todo el mundo desea la autonomía y la libertad que proporciona el automóvil. En esto no existen diferencias de edades ni sexos.
A pesar de que estadísticamente conocemos que los jóvenes y las personas mayores son los más implicados en los accidentes de tráfico, el deseo de conducir un automóvil es el mismo en ambas edades. Los jóvenes quieren emanciparse y tener movilidad, y, los mayores se resisten y aplazan el momento de dejarlo.
En la sociedad actual queremos ignorar el tiempo que pasa y tenemos que demostrarnos que permanecemos activos y en movimiento. El hecho de controlar un automóvil es una forma de medir la confianza en uno mismo. En los jóvenes suele confundirse y sobrevalorarse esa confianza, sustituyéndola por la temeridad y, en los mayores, porque sus facultades disminuyen.
De estos dos grupos de riesgo se sabe que, en la franja de edad de los menores de 25 años, hay dos veces menos mujeres que hombres implicados en accidentes de tráfico, y entre los adultos, la proporción de mujeres causantes de accidentes también muy inferior a la de los hombres.
En cualquier caso, hace muchos años que vengo sosteniendo que conducir es un “arte tranquilo”, y las carreras y los piques son para los profesionales de la competición. Hasta que no llegue el día en el que, al comprar un automóvil, no leamos atentamente sus instrucciones y sus normas de uso como hacemos con cualquier otro artilugio doméstico, “el que mejor conduce”, será siempre aquel que menos accidentes provoque, “el que mejor se conduce”.