Para muchos conductores, las recomendaciones sobre cómo situarse al volante y cómo manejarlo pueden parecerles obvias y de poca importancia. Para el que lleva muchos años conduciendo o para el que posee el mismo vehículo desde hace tiempo, decirle cómo debe situarse en su asiente para conducir cómodo y seguro, provocará en él una sonrisa, y lo comprendo. Pero basta echar una mirada a la inmensa mayoría de los conductores para darse cuenta de que los vicios adquiridos por algunos desde el principio continúan exponiéndoles a una conducción incómoda, antinatural y, sobre todo, insegura y peligrosa.
La primera cosa que hay que tener en cuenta es que nuestra postura debe en todo momento permitirnos alcanzar cualquier mando de los pies o de las manos sin forzar ni cargar el peso de nuestro cuerpo al hacerlo. Para lograrlo, las piernas y los brazos deben moverse libres y con soltura.
El conductor de un automóvil va sentado sobre un asiento sujeto a la carrocería y ésta, suspendida sobre muelles, todo el sistema de amortiguación y los neumáticos.
Durante la marcha, la carrocería está constantemente sometida a movimientos longitudinales (cabeceo) que se producen al frenar, y laterales (balanceo), al cambiar de dirección y girar en una curva.
Estos movimientos se transmiten a su conductor en todo momento, obligando a su cuerpo a moverse al mismo tiempo, en la misma dirección y con la misma intensidad. Es por tanto absolutamente necesario que su espalda y sus posaderas no pierdan en ningún momento su contacto con el asiento, ya que es a través de éste, por el único medio que puede “sentir” las sensaciones y los falsos movimientos, anticipándose a ellos antes de que estos se produzcan. Sobre todo, si consideramos que el eje de giro del vehículo está situado, aproximadamente, entre los asientos delanteros. Por esta razón, cuando estamos tomando una curva o perdiendo adherencia en cualquiera de los ejes, el movimiento es percibido por el conductor con cierto retraso.
Se dice de los pilotos de aviación que, cuando toman tierra, lo hacen con el trasero. Esta explicación parece bastante plausible, porque a pesar de que los aviones de línea más modernos tienen una sonda que el segundo le va cantando al comandante metro a metro a medida que se aproximan a la pista, es el que maneja los mandos el que “siente” en su propio cuerpo el momento de contacto y actúa en consecuencia, a pesar de la altura que le separa de los neumáticos en una gran aeronave.
Por tanto, la capacidad para disponer de esa sensibilidad depende fundamentalmente de nuestro contacto con el asiento. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de estar en cabina en un aterrizaje, se habrá fijado en que los tripulantes, además de llevar el cinturón de seguridad puesto desde el preciso instante en el que se sientan ante los mandos, en el momento del aterrizaje ajustan la distancia de su butaca y dan un fuerte tirón al arnés que sujeta los hombros, la pelvis y las piernas.
Al conducir, creo no hace falta añadir que además de su función salvadora en el curso de un accidente, el cinturón de seguridad sirve para que formemos un cuerpo con el vehículo. Para lograrlo, hay que hacer descansar tronco y espalda en su totalidad sobre el asiento y éste debe estar ligeramente inclinado. No deben nunca separarse los hombros para girar el volante o alcanzar los mandos. Hay que apoyar el pie izquierdo sobre el piso, a la izquierda del embrague, después de cada cambio, aumentando la presión si conducimos en una sucesión de curvas y llevar siempre el cinturón bien ajustado a la pelvis.
Estas medidas, que son el abecé del puesto de conducción, nos dan esa capacidad de “sentir” los movimientos del vehículo, nos permiten que los brazos y las manos sólo tengan que soportar su propio peso para actuar libres sobre el volante y nos ayudan a mantener en todo momento la vista sobre la vía, sea cual sea la inclinación de la carrocería.