Por mi mala cabeza, me vi de improviso convertido en fámulo para todo en un pueblo del Priorato catalán. Tivissa, enclavado entre colinas en la sierra del mismo nombre, es sin duda uno de los más bellos pueblos de Cataluña y de España.
Rodeada de olivares, viñedos y almendros, entre Mora la Nova y Hospitalet del Infante, a 22 kilómetros de la costa, tenía entonces como únicos accesos carreteras de esa tierra rojiza tan característica del Priorato que tan buenos vinos produce.
Las dos camionetas Chevrolet con las que mi patrón debió hacerse millonario, eran conducidas por dos asalariados: uno era del pueblo y había aprendido a conducir en el ejército, y el otro, Paco el “Madriles”, el mayor de los dos, un gran prefesional, acababa de salir de la cárcel por razones políticas. Este personaje, para mi inolvidable, padecía una ligera cojera, y su estancia en la cárcel, mientras permaneció encerrado entre catalanes, habían transformado su castellano en una mezcla de mal catalán, con el acento de Lavapiés y aderezado con una buena dosis de palabrotas.
Paco era un buen tipo y cuando comprobó mi afición al volante pronto me dejó conducir y gracias a él aprendí muchas cosas. Las carreteras circundantes de pronunciadas cuestas provocaban no pocas averías y pinchazos. Una de aquellas averías se producía cuando, al aflojarse las dos tuercas almenadas y engrupilladas que sujetaban unos tirantes del puente delantero, nos quedábamos sin dirección. Los dos conocíamos el problema, lo detectábamos enseguida y siempre llevábamos tuercas y grupillas de repuesto.
La secuencia, cuando esto sucedía, era siempre la misma. “¡Paco!”- me gritaba el “Madriles”- “¡Me cac en l’hostia! ¡Un altra vegada les putes femelles!” Gracias a la poca velocidad que desarrollaba aquel trasto y a que llevábamos siempre la mosca detrás de la oreja, el drama no pasaba de ahí, parábamos, calzábamos la camioneta, y después, “cuerpo a tierra” hasta colocar la “femelles” y las grupillas para seguir nuestro camino.
Han pasado muchos años y no he vuelto a ver al “Madriles”, aquel entrañable personaje, pero él y Tivissa permanecerán siempre en mi corazón como algo muy especial. También fue en Tivissa donde comencé a conocer las emociones adolescentes del primer amor. Pero esto, un poco más adelante.