También las exigencias de seguridad de los circuitos elegidos, encierra una buena dosis de hipocresía. Parece que ahora sería el legendario Hockemheim el castigado y el semiurbano de Canadá anda también en la cuerda floja.
Un ejemplo sangrante de que la seguridad de los circuitos y la elección de los lugares en los que se llevarán a cabo se hacen en función de intereses económicos o políticos, ha sido los grandes premios disputados en lugares tan alejados de toda protección para el público y los pilotos; como los circuitos urbanos de Long Beach, Dallas, Fenix, Las Vegas, y Detroit en Estados Unidos.
Pero el ejemplo más sangrante y el colmo del disparate, tiene lugar todos los años en las calles del principado monegasco donde, desde hace ya mucho tiempo, hacer correr a los Fórmula 1 en sus calles es una auténtica locura. Pero es que, si existe algún lugar en el mundo en el que quede más patente el lujo, la publicidad y el culto a la vanidad de los que allí se dan cita todos los años, ese lugar es sin duda el Gran Premio de Mónaco.
El más reciente fue el Gran Premio de Europa en el circuito urbano de Valencia. Un proyecto faraónico en el que, los responsables de la Generalidad de aquella autonomía, aprovechando el enorme tirón de Fernando Alonso, se consideraron los más privilegiados del mundo cuando el «omnipotente» aceptó la celebración de grandes premios durante los próximos años, para lo cual no se dudó en transformar totalmente la zona aledaña al puerto, reconstruir un puente móvil del puerto que costó 11 millones de euros y a costa de grandes inversiones y en trabajos realizados con toda celeridad, a última hora, por fin se llegó a tiempo y así poder satisfacer las exigencias de Ecclestone. Y el Gran Premio se celebró el día 24 de agosto del 2008
Pero el destino le jugó una mala pasada a una inauguración que todos, como españoles, esperábamos memorable: Alonso, sobre el que recaían, no sólo su éxito deportivo y en buena medida la construcción del circuito, tuvo la actuación más aciaga desde que está compitiendo en la Fórmula 1 cuando, antes de completar la primera vuelta de carrera, fue embestido por el Toyota de Nakajima. La decepción reflejada en los rostros de los espectadores y de los que con ansiedad, ante el televisor, deseábamos que el español cuajase una buena actuación, fue como un globo que te estalla en la cara justo cuando comienza a levarse.
La rentabilidad o el futuro de instalaciones supermillonarías de una obra semejante no cuenta, aunque algún día la veleta de los intereses de Ecclestone gire en dirección opuesta, hacia otras latitudes. El pretexto, no siempre justificado, es el de que la inversión aporta prestigio e imagen al futuro del país que lo sufraga; eso sí, con pólvora ajena, con el dinero del contribuyente y a mayor gloria de sus promotores. Valencia ya dispone de un magnífico circuito, el de Cheste, más seguro que el urbano de la capital. ¿No existían en ese momento otras exigencias sociales más urgentes?
Hace ya muchos años que el consabido «soy amigo de Berny» reviste ciertos aires absurdos de notoriedad para personas a las que les resultaría muy difícil probar dicha amistad: Berny por aquí, Berny por allá; pasearse por el paddock junto a él o en su compañía, es un privilegio que pocos alcanzan. Hasta el propio rey de España, que en una ocasión se puso el mono de Mclaren cargado de publicidad de Mercedes para dar una vuelta al circuito catalán en un biplaza de Fórmula 1 construidos por el equipo británico para los invitados «muy Vip», seguramente se siente halagado con la deferencia que Ecclestone le dedica.