El caso más absurdo, debido a su escasa población y exiguo territorio, es el del circuito de Bahrein construido en la ciudad de Manama sobre una diminuta isla en el Golfo Pérsico. Su construcción se convirtió en un objetivo nacional impulsado por el príncipe Salman Hamad Al Kalifah que es un gran entusiasta de los deportes del motor, Presidente Honorario de la Federación de Automovilismo y heredero de aquel pequeño país de Las Mil y Noches.
Hubo un momento en la construcción del circuito en el que parecía imposible terminar las obras, y recuerdo como representantes del proyecto hacían cola para ser recibidos en el circuito de Motmeló con el fin de pedir un aplazamiento hasta el 2005 que Ecclestone les negó. Yo pude hablar con algunas de las personas que integraban el grupo para preguntarles por el sheik al que yo había servido como intérprete en su visita a España a finales de los años cincuenta y dijeron que había muerto.
La isla es la más importante de un archipiélago compuesto por otras 33 pequeñas islas de las que Manama es la capital unida a la península Arábiga por una autopista construida sobre un conjunto de escolleras. Para podernos hacernos una idea de la desproporción del país y la inversión faraónica del circuito que costó 150 millones de dólares, la isla mide 48 kilómetros de norte a sur y 16 de este a oeste. Hasta 1932 en que fue descubierto el primer pozo petrolífero, la isla era un punto estratégico en medio del golfo, sin recursos y con una población atrasada y miserable.
En junio de 1973 se promulgó una nueva constitución que dio lugar a la elección del primer parlamento democrático elegido por sufragio universal en el mes de diciembre. Pero, tras saltar un conflicto entre la asamblea y el Emir Isa ibn Salman Al Khalifah justo un año después, se disolvió la asamblea nacional.[4] La constitución fue suspendida y todos los poderes fueron asumidos por el Emir Isa ibn Salman Al Khalifah.
La gran paradoja de éstas y de otras inversiones inexplicables que jamás serán amortizadas, y se sabe de antemano que el precio de las entradas, que establece Ecclestone, hará prohibitiva su adquisición a la gran mayoría de los más modestos espectadores. A la vista de tal rosario de despilfarros, no queda más remedio que pensar que, además de la satisfacción y la vanidad de sus promotores, quizás existen otros propósitos, tras los que posiblemente, se esconden el blanqueo de dinero y la evasión de impuestos.
Esto último, ha sido en tiempos y no sé si es todavía, práctica muy común en la Fórmula 1. A mí me ofrecieron en diversas ocasiones la posibilidad de vender publicidad a empresas españolas, cuyo nombre figuraría en los monoplazas de un equipo determinado, a cambio de extender las facturas por un mayor importe, a través de sociedades establecidas en Mónaco.