Aunque no me considero con la veteranía ni la experiencia suficientes para aconsejar a nadie como empezar a vivir las maravillosas experiencias que proporciona viajar en una autocaravana, voy a utilizar, para hacerlo, un método que siempre me ha servido cuando en algún medio hablo o escribo sobre los automóviles y la seguridad vial; es decir, contando primero lo que me ha pasado a mi, mis equivocaciones, mis errores, y los remedios que trato de poner para no volver a caer en lo mismo. Con ese fin, voy a contarles mi primer viaje con una vieja autocaravana que me prestó, en buena hora, un querido amigo.
Llevaba mucho tiempo diciéndomelo ilusionado; mi amigo estaba en trance de separación de su mujer y soñaba con comprarse una autocaravana y empezar una vida nueva de libertad en movimiento. Y tal como deseaba, un buen día, se presentó a la puerta de mi casa y, con mucho misterio, me hizo salir a la puerta para mostrarme su “joya” de segunda mano recién adquirida: una “Capuchina” con una antigüedad de diez años.
Mi amigo no podía entonces ocultar su alegría y, en nombre de nuestra amistad, me la ofreció para que yo también pudiese compartir en alguna ocasión el motivo de su recién estrenada felicidad.
Y así fue. Un buen día me desplacé hasta el Escorial, donde él vivía, me dio una cuantas explicaciones, y aquí me tienes, camino de mi casa, luchando con la dirección sin asistencia, unos frenos que dejaban bastante que desear y un motor diesel un tanto cortito de fuerza.
Aquella “Granduca”, a la que yo acabé por llamar “Granputa” después de mi primer y único viaje en ella, ya comenzó de la peor de las maneras.
La puerta de mi casa se abre con un mando a distancia, es bastante ancha y, desde luego, da el ancho de sobra para que pasara aquella “Granpu……..” . Pero no, Paco Costas, experto superviviente de miles de kilómetros y aventuras sobre cuatro ruedas, no supo esperar a que la puerta se abriese del todo para enfilar la cuesta de entrada, y como era noche cerrada, un rasss, rasss, rasss, muy desagradable, proveniente del lado derecho del vehículo que entró en colisión con la puerta a medio abrir, la doblo y dejó una parte de la carrocería lista para el chapista. No quiero contar el disgusto sabiendo lo cuidadoso y lo enamorado que estaba de su autocaravana mi querido amigo.
Pero, con todo, la sangre no llegó al río y, al día siguiente, acompañado por una sobrina y un nieto, emprendimos viaje hacia tierras castellanas para recorrer en bici el Canal de Castilla- por cierto, un viaje que recomiendo por su belleza y facilidad para hacer recorridos en bici sin apenas dificultad-.
Cuando subía el Puerto de los Leones, hacia la mitad de su recorrido, la temperatura del agua del motor comenzó a emprender un recorrido ascendente que me daba muy mala espina, pero, aunque muerto de miedo, fui dosificando la relación de marchas y el acelerador hasta conseguir llegar a la cima del puerto sin que aquella “Granp….” reventase. Gracias a dios aquello no me volvió a suceder en todo lo que quedaba de viaje.
El primer día nos pasó de todo; dimos vueltas y más vueltas porque ningún sitio nos parecía seguro para pasar la noche y, como siempre sucede en estos casos a los legos como yo, fuimos a parar al lugar menos indicado: una calle, a las afueras de un pueblo y a la puerta de una casa, cuyo vecino, con harta paciencia, nos consintió hacer allí noche….. Y llegó la hora de la cena,
Era la primera vez en mi vida que yo tenía que organizar algo parecido para tres personas, y claro, así acabó.
Cuando después de muchas dificultades, quemarme un dedo, y jurar más de una vez en arameo, pude conseguir algo aceptable, mis pequeños acompañantes, que no se habían atrevido a abrir la boca viéndome tan cabreado, me ayudaron a desplegar una mesa de plástico que llevaba cuatro asientos incorporados y a la que le fallaba una pata sin nosotros saberlo,…..resultado, platos, cubiertos, y parte de la cena al suelo, cuando mi nieto, generoso en carnes, se sentó el último. Ese mismo nieto que, habiéndose librado de que yo le matase allí mismo, cuando le mandé a tirar la basura a un contenedor próximo, lo hizo incluyendo la casi totalidad de los cuchillos y tenedores de la limitada vajilla envueltos con las sobras de la cena. La pérdida no fue descubierta hasta el día siguiente a la hora del almuerzo.
Muchas fueron las pequeñas cosas que nos sucedieron durante los días de aquel, a pesar de todo, maravilloso viaje, y aún lo recuerdo con nostalgia, pero sobre todo, porque, a mi vuelta, decidía comprarme la autocaravana que ahora tengo y que tantas satisfacciones me está proporcionando. Raro es el día en el que no pienso en la forma de mejorar su habitabilidad, sus prestaciones y la incorporación de elementos que aumenten cada día más mi deseo de viajar en ella.
Mi amigo, ahora vive en un bonito piso de frente a una impresionante vista del mar Cantábrico; ha vendido aquella mi primera experiencia sobre ruedas por más de lo que le costó, y yo, que también amo los bellos paisajes, le comento muchas veces aquel viaje y de como ahora, gracias a él, puedo despertarme en lugares distintos, en los que los paisajes, como la vida, ofrecen emociones diferentes cada día que amanece.
Paco Costas
NOTA: Otra forma de empezar es el alquiler. Ahora las autocaravanas que se alquilan, por lo general, no tienen nada que envidiar a las particulares, en ocasiones incluso son mejores.