Durante los muchos años de mi ya larga vida contemplo, una vez más, como el Papa santifica y beatifica a sus hijos predilectos.
La lista, desde hace más de los dos mil años de existencia de la Iglesia Católica, necesitaría un panel de centenares de metros cuadrados.
Comprendo que se conceda la santidad a vidas ejemplares, por su dedicación a los más menesterosos que viven dejados de la mano de Dios, es Dios al que tanto invocan.
Pero el resto, la inmensa mayoría, deben su santidad y su existencia, a la contemplación y a la oración, cuando no, al sufragio económico de los fieles o del Estado.
Espero que algún día no muy lejano, este Papa actual que parece tan social, canonice a los Nobel de física, medicina, química, o a Médicos sin Fronteras que asisten a los heridos bajo las bombas; a los que sustituyen miembros mutilados, a los que curan cánceres, a los que salvan vidas infantiles…, esos sí que merecen la santidad.