En 1960, ocho años antes de su muerte, John Steinbeck, el gran escritor norteamericano autor, entre otras grandes novelas, de “Las Uvas de la Ira”, realizó un viaje de 17.000 kilómetros por los Estados Unidos en una autocaravana con la sola compañía de un caniche al que llamó “Charley”.
En el relato magistral que hace de este viaje, Steinbeck, entre otras muchas reflexiones sobre los paisajes y los habitantes de ese inmenso país, describe la enorme cantidad de energía que comporta el esfuerzo psicofísico de la conducción que todo conductor debe conocer y tener muy en cuenta a la hora de realizar un largo viaje o un recorrido rutinario durante muchas horas seguidas.
Las miles de veces que los músculos de nuestros ojos en movimiento constante en la observación rápida de la vía y de su entorno, a través del parabrisas y de los espejos retrovisores; el trabajo de manos, pies y brazos que requieren el movimiento constante del volante, el acelerador y el accionamiento del embrague y la palanca del cambio -a pesar de las importantes ayudas de las direcciones asistidas y la dosificación automática de la presión del pedal y del freno- va minando de forma larvada nuestras capacidades psicofísicas.
Otro factor determinante de la fatiga, es la tensión permanente de los músculos de los hombros y el cuello durante un periodo prolongado de conducción que nos sorprendería si pudiese medirse después el consumo calorífico físico y mental de nuestro organismo.
Este esfuerzo, trasladado a los conductores de camiones, autobuses, autocaravanas, o cualquier otra modalidad de transporte pesado, y también a los turismos, requiere de paradas de descanso imprescindibles después de un par de horas de conducción a velocidad constante.
Cuando se conduce durante muchos años y miles de kilómetros, como es mi caso, casi todas las reacciones han pasado a ser automáticas, no piensas en lo que hay que hacer en cada momento y la conducción se convierte en algo maquinal y rutinario. Eso no significa, ni mucho menos, que estés a salvo de tener una accidente, por el contrario, ahí reside el peligro.
En la juventud, en ningún momento eres consciente de ese peligro y el desgaste físico te pasa desapercibido, pero a medida que los años avanzan, la importancia de ese desgaste va adquiriendo cada vez mayores proporciones y la capacidad de concentración y reacción disminuyen de forma proporcional.
Cuando ahora, con mucha frecuencia, hago un viaje de quinientos o seiscientos kilómetros en mi autocaravana y a pesar de las obligadas paradas de descanso, al día siguiente acuso de forma evidente el esfuerzo realizado durante el día anterior.
Paco Costas