Un día más enciendo el televisor esperando inútilmente descubrir noticias o reportajes que satisfagan mi curiosidad o me ayuden a ampliar mis limitados conocimientos.
Miro distraídamente a la pantalla, y aparece un numeroso grupo de personas persiguiendo a un toro que, aterrorizado, huye tratando de escapar de la jauría humana que le persigue hasta conducirle a una encerrona en la que, un grupo de jinetes provistos de lanzas cuya afilada punta tiene el largo suficiente para producir heridas de muerte.
Entonces comienza el salvaje espectáculo en el que el indefenso animal va recibiendo lanzazos a los que acaba sucumbiendo.
Ya en el suelo, y en plena agonía, un personaje muerto de miedo, con su lanza, hunde, retuerce, y repite lanzazos sobre la cerviz del animal hasta acabar con su vida.
Mientras el vergonzoso espectáculo tenía lugar, procuré apartar mis ojos de la pantalla sin conseguirlo, avergonzado al ver a aquel grupo de energúmenos que, entre gritos de entusiasmo, celebraban la cruel muerte del animal.
A esa clase de espectáculos, los que los defienden, llaman tradición.
¿Cuándo en España vamos a superar tanta ignorancia?
A veces pienso, que la fiera dormida en esas personas que son capaces de disfrutar con alancear a un animal indefenso, prender fuego entre los cuernos a un toro hasta dejarle ciego, ahorcar aun perro, o matarle a palos, llegado el momento no les temblaría el pulso por hacerle lo mismo a un ser humano.
En nuestra historia se han conocido millares de ejemplos de un sadismo difícil de comprender.
Paco Costas