Dentro del paquete de medidas contra el cambio climático destinadas a mejorar la protección del medio ambiente y la seguridad vial, el parlamento europeo ha tomado la decisión de imponer la obligación de que todos los coches nuevos monten de fábrica un sistema de control de la presión de los neumáticos. La medida será afectiva a partir de 2012. Sigue así los pasos de Estados Unidos, que contempla esta obligatoriedad desde el año 2007 para vehículos con una masa máxima autorizada (M.M.A.) de 4,5 toneladas.
Según investigaciones llevadas a cabo por la FIA en colaboración con el fabricante de neumáticos Bridgestone, uno de cada tres turismos que circulan por la Unión Europea lo hace con los neumáticos bajos de presión; un neumático normal viene perdiendo entre el 3 y el 6 % de presión cada mes.
Además de las posibles consecuencias para la seguridad, esto supone un aumento del consumo de combustible y del propio neumático. Las pruebas efectuadas indican que una pérdida de presión de 0,6 bares implica un aumento del consumo de combustible en un 4 %, sin contar que su vida útil puede verse acortada hasta en un 45 %.
Dicho de otro modo: cada año se despedician por este motivo alrededor de 8.000 milones de litros de combustible en todo el mundo, aumentando innecesariamente las emisiones de CO2 en más de 18 millones de toneladas.
Hoy en día encontramos sistemas de medición de la presión directos o indirectos. Los directos se sirven de sensores ubicados en la propia rueda que envían la información sobre la presión absoluta en cada neumático a una unidad de control central. Los indirectos, más lentos de reacciones, se basan en datos obtenidos de los sensores del ABS para detectar diferencias de presión relativas entre las ruedas.
La directiva europea aprobada ahora exige que el sistema emita la señal de alarma cuando detecte una pérdida de presión del 20% ó una presión mínima de 1,5 bares en alguno de los neumáticos.