En un análisis empírico de los accidentes de tráfico, aparece siempre el conductor como el causante en gran medida en todas las estadísticas mundiales. En España, desde que se desdoblaron muchas de las antiguas carreteras y se convirtieron en autovías y con la construcción de nuevas autopistas, es del conocimiento de la DGT y de los conductores en general, que el número de victimas que se producen en las carreteras convencionales bate, de una forma aplastante a los acaecidos en autovías y autopistas de las que, prácticamente han desaparecido los choques frontales y son poco frecuentes las salidas de la vía. ¿Por qué esta enorme diferencia? Las causas que lo determinan son muchas.
Resulta fácil comprobar, con solamente ver las imágenes que ofrecen las televisiones que, en su inmensa mayoría, es el demoledor choque de frente – con la suma de velocidades de los vehículos intervinientes- y las salidas de la vía lo que causa la mayoría de las víctimas mortales y heridos de máxima gravedad.
En un reducido espacio compartido, conduciendo en sentidos opuestos, nos estamos cruzando en pocos segundos con otros vehículos. Dada la intensidad del tráfico actual, el menor error de cualquiera de los dos conductores que colisionan, en recta o en curva, en esas circunstancias, provocan que el resultado sea siempre fatal aunque la velocidad en esos momentos sólo sea de setenta u ochenta kilómetros por hora.
¿Qué propicia generalmente esos errores en los que aparece casi siempre una de las víctimas inocente que paga por el error de otro?
Las causas pueden ser muchas, pero las más plausibles, son las distracciones, basta con que uno de los conductores desvíe la vista de la vía fracciones de segundo, para que el vehículo desvíe su trayectoria sin control los grados suficientes para invadir el carril contrario.
En mi opinión, ya tenemos el factor en mayor medida causante; uno de los conductores ha sufrido una distracción justo en el momento de mayor peligro. ¿Cuáles son las causas principales de esas distracciones: la falta de concentración motivada por el sueño, el cansancio, el estrés, las drogas, la ingesta de alcohol y, sobre todo, EL MALDITO USO DEL TELÉFONO MÓVIL, entre la más importantes.
No pretendo herir ni acusar a nadie pero creo que es evidente, al ver los accidentes en los que siempre aparece una furgoneta o un camión de poco tonelaje, que la gran mayoría de estos vehículos implicados, son conducidos por conductores para los que, la urgencia, los repartos, o la asistencia profesional, a los que la premura, y muchas veces las informaciones de los lugares a los que se dirigen, exige el uso del móvil de forma constante.
En esta clase de accidentes es donde entraría en acción la velocidad, pero no como causante directa del accidente puesto que, aún a sesenta kilómetros por hora, ni siquiera el conductor más experto es capaz de corregir la trayectoria del vehículo cuando se encuentra con otro de frente o por causa inesperada se produce de forma súbita la salida de la vía.
Se puede argumentar que la salida de vía que la causa es el exceso de velocidad en el paso por curva, y puede ser cierto en alguna medida, pero se sabe que en las carreteras convencionales, los accidentes más graves se producen en rectas, con buen tiempo y con gran visibilidad. En estos casos es donde la velocidad resulta determinante de la gravedad y de los daños a las víctimas y a los vehículos. Y como segundo factor a la hora de valorar daños, y no menos importante, la ausencia del cinturón de seguridad al que muchos conductores todavía siguen ignorando.
A partir de estas consideraciones podemos añadir y no es menos cierto, que la mayoría de las carreteras convencionales están pésimamente conservadas- muchas autovías también-; que su señalización es insuficiente y no guarda parangón con la de la mayoría de las autovías y autopistas, etc.
Queda mucho camino por recorrer y el que se haga siempre será poco porque como dijo alguien, “un muerto son muchos muertos.
Pere Navarro, contra viento y marea, contra todas las críticas que queramos- quizá entre las más duras, las mías-, logró reducir las cifras de víctimas del tráfico de forma realmente espectacular. Bien es cierto que contó con la mejora de las vías, la mejor preparación de los conductores y un presupuesto que jamás dispuso ningún otro director general de la DGT,
pero tenemos que admitir que sí tuvo el coraje de coger al toro por los cuernos y mal que nos pese, los hispanos y en general los humanos, nos tocamos el bolsillo cuando las alarmas empiezan a sonar.
No estoy para nada de acuerdo con la cantidad de radares en las autovías ni en las autopistas, ni con la cuantía de las multas en los momentos que nos estás tocando vivir; tampoco estoy de acuerdo con la reducción de la presencia de la Guardia Civil de Tráfico en nuestras carreteras o con los “bonus malos” que aplican a los agentes cuando “no cubren objetivos”, pero confío en que la actual directora genera de la DGT siga reteniendo al toro por los cuernos. Historial académico y algunos antecedentes en la materia, por lo que he leído, no le faltan.
Paco Costas