Una semana desde que escribí algo en mi blog. El lunes pasado, después de cruzar el secarral de los Monegros, la hermosa Cataluña que quiere dejarnos, y una vez más, durante tantos años, Francia, ese país que si no sufre alguna vez un megaterremoto, nunca conocerá el hambre. ¡Qué envidia! el agua fluye por todas partes y la primavera en esta parte de la Provenza es una explosión de vida.
Parada obligada en Collioure para visitar la tumba de Antonio Machado. No puedo evitarlo, maldita la Francia republicana del 39, tan cruel con los exiliados españoles que esperaban ser bien recibidos.
Fin de semana de grandes acontecimientos deportivos; los más sonados la final de la Champions que gana el Madrid de forma contundente. Ronald Garros, con un Rafa que, al día de hoy, va laminando contrarios de forma arrolladora. Lo leo y no me lo puedo creer, ¡alguien ha decidido erigir un monumento a Nadal en París!
Senso contrario, algunos comentaristas de la victoria blanca, se dedican a alabar el juego de Varan, Bencemá y su ídolo Zidane. A eso se llama chauvinismo.
En Montpellier, Marina, mi hija pequeña, después de casi cuatro años de acudir a castings y luchar por lograr un papel en París, por fin dirige e interpreta Maladie de la Jeunesse, (La enfermedad de la juventud) una obra de F. Bruckner escrita en 1926 y que calca los problemas existenciales actuales de nuestros jóvenes y su negro porvenir.
Hoy hace un día espléndido y si puedo, voy a visitar Tarascón, el pueblo donde nació el cuento de Alphonse Daudet, Tartarin de Tarascón. Tartarín organiza una partida de caza, se pertrecha como un consumado cazador con la intención de matar un león y acaba despertando al pueblo a tiros con los sombreros arrojados al aire.
Os seguiré contando
Desde Blauzac, en tierra de Uzés.