Cuenta la mitología que Zeus, el dios del rayo, que fue el paradigma de los dioses prolíficos y adúlteros, entre muchas de sus aventuras amorosas, dejó embarazada a Semele, la madre del divino Dionisos, pero Hera, su mujer legítima, convenció a ésta para que no le permitiese acostarse más con él. Entonces Zeus, cegado por la ira, lanzó un rayo que destruyó a Semele, pero Hermes salvó al bebé introduciéndolo en un muslo de Zeus de donde nació a los tres meses sin ningún problema.
Cuando en el siglo XXI cualquier persona en su sano juicio lee este pasaje de la mitología u otros parecidos, seguro que sonreirá por lo descabellado del relato.
Hace unos días, una monja de clausura, devota practicante de la religión católica, se ha permitido opinar sobre la concepción de María sin perder su virginidad, y las autorizadas jerarquías de la Iglesia se han apresurado a lanzarse sobre ella obligándola a desdecirse en tema tan delicado.
Esta opinión en boca de un ateo, un agnóstico, o incluso un católico con dudas como San Agustín, nos parecería lo más lógico, pero en boca de una religiosa, y por tanto, mujer, ensalzando el sexo como vínculo del amor y de la procreación de la especie humana, honran sin duda a quién la expresó.
Pretender poner muros de contención a la razón humana en temas de fe, será inútil un futuro no muy lejano, porque la razón siempre acaba por superar a los mitos.