Para conocer el estado de bienestar social de la mayoría de los habitantes del planeta Tierra, una buena forma de hacerlo sería poner ante nuestra mirada la imagen del estado dental de millones de seres, a los que, debido a su penuria económica y subdesarrollo, vemos a menudo en televisión cuando, aún muy jóvenes, muestran la casi total carencia de dientes.
Pero sin necesidad de trasladarnos a países exóticos o tercer mundistas, basta con fijarnos en nuestros propios reportajes y telediarios en los que, muchos de nuestros mayores, al ser entrevistados- sobre todo en el medio rural-, muestras la carencia y el estado deplorable de sus piezas dentales.
La mayoría de estos ancianos, son los protagonistas de una época reciente de nuestra historia, en la que, encontrar algo que llevar a sus estómagos, era mucho más importante que pensar en el cuidado y la higiene de sus bocas. Para empezar, millones españoles jamás usaron durante aquellos años de la posguerra civil, un cepillo de dientes.
Sin embargo, y mal que les pese a muchos que ahora presumen de haber llevado a España a un nivel de bienestar hasta la fecha desconocido, fueron esos ancianos de ahora los que, en su juventud y contra todas las adversidades inimaginables, levantaron con su trabajo y con su esfuerzo la nación que hoy disfrutamos.
Por esa razón, resulta totalmente incompresible e imperdonable, que ningún político, en el poder o en la oposición, haya, hasta la fecha, incluido en sus programas el derecho que, estas personas deberían tener, a disfrutar de las modernas técnicas de implantes y mejoras de toda clase que en el resto de Europa están al alcance de cualquier economía y, en muchos casos, gratis.
Lo mismo ocurre con los problemas de audición y de vista que, por lo regular, afectan a las personas a partir de los sesenta años.
¿Cuántas de estos mayores, hombres y mujeres, disponen de los mil euros que cuesta una pieza dental trasplantada, los 400 de un prótesis, o los mil ochocientos de un audífono; por no hablar del precio de unas gafas graduadas?.
Sabemos de muchos animales que, cuando la edad les priva de armas naturales para cazar y alimentarse, mueren de inanición, de hambre. Afortunadamente, los miembros de las sociedades actuales no necesitan cazar para alimentarse, pero, la capacidad de escuchar, masticar los alimentos y ver, son pocos de los placeres que nos quedan cuando llegamos a ciertas edades.
Resulta intolerable que, cuando la Hacienda Pública ha logrado un control casi exhaustivo de los que ingresos que percibimos por cualquier concepto la mayoría de los españoles, se siga permitiendo que, aprovechándose de estas carencias, que debería asumir en su totalidad la Seguridad Social, muchos profesionales se esten enriqueciendo- la mayoría de la veces sin control- al amparo de algo tan indispensable para poder disfrutar de un a calidad de vida aceptable durante los últimos años de nuestras vidas.
Produce auténtico bochorno comprobar como, el cambio de sexo se financia en alguna Autonomía, mientras que miles de pensiones, por debajo de los seiscientos euros, jamás podrán permitir a la mayoría de nuestros jubilados disfrutar dignamente de los años que aún les quede por vivir.
Paco Costas