Mete en el mismo paquete, el mejor chasis, los mejores frenos, los mejores neumáticos, el mejor motor y el mejor piloto que te asegure un patrocinio millonario, y ganarás el mundial de la Fórmula 1. Lo dijo y lo viene practicando desde hace ya muchos años, el patrón de Mclaren, Ron Dennis que, el año pasado, volvió a demostrarlo al contratar a Fernando Alonso que, además de ser un gran piloto, aportó enormes ayudas económicas al equipo británico. Mclaren no ganó el mundial, pero todo el mundo sabe que esto sucedió de forma inexplicable por una mala gestión deportiva del propio Dennis.
Esta forma de ver y participar en este deporte espectáculo, con pocas alternativas, viene sucediendo de forma cíclica desde los años setenta; desde entonces, sólo Ferrari, con su enorme potencial técnico y económico bajo el paraguas de FIAT, y, ocasionalmente Williams, con los motores Renault, en los noventa, han logrado hacer buena esta filosofía.
En el 2005 y 2006, Renault que, por segunda vez participaba con un equipo propio después de su primer intento entre 1977 y 1985, volvió por sus fueros al construir un coche anglofrancés muy competitivo, con el que logró dos campeonatos seguidos con un Alonso intratable que, de esta forma, se convertía en el campeón mundial más joven de la historia.
Pero en la Fórmula 1 existe un viejo axioma que, desde 1950, se demostrado muy certero: “en la Fórmula 1, lo que era nuevo ayer, se queda viejo al día siguiente”, y Renault, en el corto espacio de una sola temporada, ha logrado recuperar a su campeón, pero, evidentemente-al menos hasta la fecha de hoy- no ha conseguido recuperar la excelencia técnica que su monoplaza tenía cuando Alonso se fue a Mclaren.
Si el futuro más inmediato no cambia- Australia, con el cuarto puesto de Alonso, fue un espejismo, y Malasia puso en el lugar de la parrilla que le corresponde por ahora al nivel competitivo del monoplaza francés-, en circunstancias normales, todo lo que podía ocurrir es que, como sucede siempre en cualquier otro deporte, unos estarán arriba, otros en el medio, y el resto, en la cola. Pero el problema de Alonso puede convertirse en un auténtico fracaso extradeportivo en el que, sin culpa alguna por su parte, se vean envueltos intereses que ya han apostado por el español más allá de lo razonable y sin tener en cuenta que lo han hecho por a un jinete que poco puede hacer sin un buen caballo.
La rentabilidad de cualquier tipo de publicidad, se basa hoy día en las audiencias de la televisión; algo que, gracias al fenómeno mediático- hasta la fecha desconocido en España- ha producido la “Alonsomanía” hasta parámetros difíciles de calcular. Jamás ningún otro deporte o deportista español había logrado reunir tantos miles de aficionados en unos entrenamientos de pretemporada, ni tampoco nunca antes de ahora, las hazañas deportivas de un piloto -y menos de un piloto de Fórmula 1- había hecho madrugar a tantos millones de españoles para ver una carrera de automóviles.
De pronto, personas y medios de comunicación que nunca habían demostrado el menor interés por este espectáculo, han participado de la forma que lo han hecho gracias a los éxitos del español. Las escenas de toda una región como Asturias aclamándole en una plaza pública tomada por miles de sus admiradores; las banderas del Principado cubriendo de azul las tribunas de todos los circuitos del mundo, son algo nunca visto hasta ahora en España en honor de un deportista. Ni Bahamontes, Indurain, Algel Nieto, Carlos Sainz, Manolo Santana, Ballesteros… ni ningún otro deportista a nivel individual, lo habían logrado hasta ahora.
Pero la historia del deporte español, nos lo demuestra con triste frecuencia: ensalzamos y subimos a una figura a los cielos, para, a la menor duda, dejarla caer a los infiernos.
Todo, todo, el montaje de Valencia- increíble- las cifras que se han pagado por los derechos de televisión a partir del 2009, las inversiones publicitarias millonarias- Ahora son los propios periodistas los que también anuncian productos desde la parrilla de salida de los Grandes Premios-, todo gira en torno a este asturiano de poco más de 25 años que, ni siquiera, va a poder permitirse estar en dique seco ante la eventualidad de una accidente.
No existe precedente: ni siquiera Senna, Prost, Lauda, Mansell o cualquier otro campeón del mundo, han sentido nunca el enorme peso de la responsabilidad que Fernando Alonso va a tener que soportar al menor fallo, aunque no sea suyo. En Francia, Inglaterra, Italia, Brasil, Argentina, o en los países nórdicos, donde han nacido muchos campeones, existe una afición permanente y fiel desde hace muchos años; pero mucho me temo que, en España, la multitud de neoaficionados y especialistas en la materia que han surgido de forma espontánea, desaparecerán con la misma celeridad cuando no lleguen las victorias.
Querido Fernando: no te arriendo las ganancias.
Paco Costas