Leo conmovido, al borde las lágrimas, un artículo del gran escritor Arturo Pérez Reverte (Semanal de ABC, noviembre 2013), en el que bajo el título, El perro antisistema, describe con toda crudeza las torturas que sufren millares de perros abandonados en España.
Tristemente, esa brutalidad y desprecio hacia quienes nos dan ejemplo constante de fidelidad, compañía y nobleza, forma parte desde tiempos inmemoriales de esa España negra y salvaje a la que algunos todavía se empeñan en llamar culta, avanzada y moderna.
Empezaba mis colaboraciones periodísticas en el Diario de Ávila, en 1975: en un artículo bajo el título Carta a un gamberro, condenaba la brutalidad asesina de un joven y las atrocidades que cometió hasta acabar con la vida de un humilde perro.
Carta a un gamberro
No tengo el disgusto de conocerte, y aunque otros jóvenes de tu edad han mencionado tu nombre con una indignación que les honra, yo he preferido olvidarlo, pero lo que no consigo olvidar- y creo que tus amigos tampoco- es tu salvaje “hombrada”
Se ha dado en llamar asilvestrados, a esos pobres canes, que acuciados por el hambre y el ancestral abandono, se ven forzados a volver al medio del que primitivamente salieron; pero la diferencia entre ellos y tú, es que ellos matan para sobrevivir siguiendo su instinto depredador, y tú has matado cruelmente y sin necesidad a un pobre perro doméstico, callejero y simpático, que seguramente ha ido hasta ti confiado y sin sospechar que en algún escondido rincón de tu retorcido cerebro, podía nacer el deseo de castrarlo vivo y ahorcarlo, para acabar matándole a golpes.
¿A quién más has querido impresionar después exhibiendo ufano sus pobres miserias, trofeo de tu cobarde acción? ¿O has pensado acaso que alguien aplaudiría tu gesto?
Conviene que sepas que los jóvenes de tu edad que me lo contaron, reprimían apenas los deseos de darte una buena lección. Yo por mi parte prefiero pensar que ya la estás recibiendo de tu propia conciencia de joven cristiano, me resultaría muy duro creer que esa chispa que encendió en tu cabeza tan crueles instintos, haya dejado para siempre sin luz las cosas buenas que tiene que haber en ti, y las que habrás recibido.
Paco Costas